La sombra doliente del agua. Héctor A. Huergo

Estamos frente a un nuevo escenario, consecuencia del cambio climático, y hay que apelar a la imaginación para encontrar nuevas soluciones.

Remedando a Santos Vega, la sombra doliente del agua sigue corriendo sobre la pampa argentina. Sollozando el occidente… Esta semana, la Bolsa de Comercio de Rosario informó que con las últimas lluvias se deben agregar unas 150.000 hectáreas más, a las ya perdidas para el trigo en esta campaña.
El epicentro es el oeste de la provincia de Buenos Aires, sudeste de Córdoba y norte de La Pampa. Ayer mismo a la madrugada la municipalidad de Larroudé hizo sonar la alarma, alertando que se había decidido cortar la ruta 188 durante la noche por el peligro del agua en el asfalto.

La sensación es que probablemente el informe de la bolsa rosarina se haya quedado corto. El jueves próximo saldrá el informe mensual del MinAgro, que aportará precisiones. Lo concreto es que, lejos de atenuarse (como se esperaba con la llegada del invierno, normalmente más seco), el fenómeno se agudizó. Y vuelve la necesidad de tomar el toro por las astas.
Ya hemos machacado sobre la necesidad de repensar las obras alguna vez proyectadas y nunca realizadas. El subsecretario de Recursos Hídricos, Pablo Bereciartúa, tiene muy claro que estamos frente a un nuevo escenario, consecuencia del cambio climático. Y que hay que apelar a la imaginación para encontrar nuevas soluciones.
Hace una semanas, tuvimos la oportunidad de intercambiar con él algunas ideas sobre la problemática de La Picasa. Es la laguna que, al extenderse, está cortando nuevamente la estratégica ruta 7 y amenaza con destruirla.

La Picasa creció 18 veces en los últimos 50 años, pasando de ocupar 2.500 hectáreas, a las actuales 45.000. Esa laguna es una gran reguladora natural, pero desde hace años no da abasto: recibe agua del oeste, y desborda hacia el sudeste a través de las lagunas de Teodelina, de allí a Mar Chiquita, la laguna de Gómez en Junín, que se conecta con la del Carpincho.
Allí nace el río Salado, que atraviesa la gigantesca cuenca deprimida hasta volcar sus aguas en la Bahía de Samborombón. Unos 500 km en línea recta con apenas 70 metros de desnivel. En su curso, baña millones de hectáreas que hoy no pueden aprovechar el flujo de la nueva tecnología agrícola y ganadera, ante el fantasma recurrente de la inundación.
En esa conversación le planteamos una alternativa que habíamos analizado largamente con Ana Fernández Mouján: un bypass de las aguas de La Picasa hacia el Paraná. Ahí el desnivel se ampliaba a 90 metros, pero con un tercio del recorrido.
No era fácil, porque la divisoria de aguas obligaba a hacer un acueducto subterráneo. Pero habíamos visto que en California estaban ejecutando la misma idea, aunque con el objetivo opuesto: llevar agua del río Sacramento con un túnel de 50 millas de largo, llenar un lago, y desde allí abastecer al valle de San Joaquín.
Bereciartúa no era ajeno a la cuestión de los acueductos. En su paso como ministro de Obras Públicas de la administración Macri en la CABA, había hecho la pre-ingeniería de lo que sería la solución de las inundaciones recurrentes del Maldonado. Tomó la idea del bypass al Paraná y de inmediato puso a su equipo a trabajar.

Unas semanas después, tenía listo un boceto: un gran caño de 90 km desde la laguna de Teodelina (hasta allí se aprovecha el canal norte de La Picasa) hasta el arroyo Pavón, que drena naturalmente al Paraná.

El proyecto es de mucha envergadura y alto costo. Está ahora en la fase de evaluación económico-financiera. Considerando el beneficio de mantener a raya el agua en una zona de extraordinario potencial agrícola, y la posibilidad de poner en producción segura cientos de miles de hectáreas hoy marginales, ameritan un análisis exhaustivo.