En París, el futuro tiene color rosa Felix Sanmartino

Esta semana, los empresarios de la alimentación se fueron en malón al Parc des Expositions en Villepinte, donde se realizó el Sial-Paris. Aquí casi no quedó nadie.
Se sumaron así a la ya nutrida lista de funcionarios, desde el ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, hasta directores provinciales, que también participaron en la que viene siendo la feria de la alimentación más grande del mundo.
La movida está plenamente justificada si se apunta a que la Argentina se convierta en un proveedor de peso en la góndola del supermercado mundial. Y a Europa la habitan 500 millones de personas de fuerte poder adquisitivo. Cualquier acción en su terruño se paga sola.
La delegación argentina participó de este megaencuentro que abrió sus puertas a más de 130.000 visitantes que intentaron generar negocios con algunos de los 7000 expositores provenientes de más de 100 países que ofrecieron sus carnes, lácteos, bebidas, frutas y hortalizas y alimentos congelados.
Los empresarios que ya participaron en anteriores SIAL calificaron a esta edición como "algo más fría que las anteriores". La salida del Reino Unido de la Unión Europea, la ausencia de empresarios rusos que se mantienen afuera del mercado europeo, menos delegaciones chinas que lo habitual porque ya tienen su feria SIAL Shanghai, tuvo sus consecuencias en la dinámica de los negocios. Los problemas de seguridad y de terrorismo también mermaron la presencia de importadores musulmanes.
Atrás de la nave capitana de la carne, que no cerró negocios al no llegar a convalidar los 16.000 dólares por la tonelada de cortes Hilton, los compradores ofertaron hasta 15.700 dólares, se alineó el resto de las cadenas alimenticias como los pollos, lácteos y yerba mate entre otros. "Para nosotros el balance fue positivo no tanto por la cantidad sino por la calidad de los contactos que se realizaron. Quizás ayudó en algo la ausencia del stand de Australia, que es un fuerte competidor y exportador de carne. La explicación que dieron fue que tienen toda la producción vendida y que vienen de una caída en su producción por la seca que sufrieron. No les quedó saldo exportable. De todas formas, las perspectivas son muy buenas y se volvió a convalidar el gran interés que genera la carne argentina entre los compradores", resumió Jorge Torelli, vicepresidente del Ipcva y gerente general del frigorífico Mattievich. Para medir la sensación de ambiente de negocios, el encuentro organizado en el stand del Ipcva con 200 importadores que degustaron la carne vacuna, fue un muy buen termómetro. Allí se midieron básicamente cuatro cuestiones:
1. Fue muy bien aceptada por los importadores la decisión del Gobierno de volver a los mercados internacionales, quitando las trabas y la sombra de políticas arbitrarias. "La previsibilidad es la base del comercio y de nuestro negocio", se cansaron de repetir.
2. Por parte de los empresarios la necesidad de generar relaciones de confianza de largo plazo con sus clientes para salir de la incertidumbre que generan los contratos esporádicos.
3. Un alto grado de prudencia comercial entre los europeos por causa de los movimientos monetarios y la inestabilidad política que sufre la región.
4. El excelente posicionamiento que sigue teniendo la carne vacuna argentina.
Los empresarios que asistieron al encuentro del Ipcva se llevaron la sensación que el futuro de las exportaciones pinta mucho mejor que el presente. Un sentimiento que pueden llegar a compartir los empresarios de las otras cadenas alimenticias que participaron en el SIAL.
Claro, ese mejor futuro sólo será posible en la medida en que se remuevan los escollos del presente. Y estas dificultades se encuentran hoy más en el frente interno que en el externo. Por el ritmo de trabajo, en los primeros 10 meses del año se abrieron 25 nuevos destinos para 18 productos, en poco tiempo más las relaciones comerciales volverán a su cauce natural después del ostracismo auto sufrido en la década K.
El gran desafío es cómo ganar competitividad para que los mayores saldos exportables generados por el incremento de la producción no se terminen transformando en una pesadilla para la rentabilidad de las empresas.
En este sentido, la carga tributaria es determinante. Según un estudio de Copal el 42% del precio promedio de los alimentos son impuestos. O se sale a competir en serio o se sigue cargando esa mochila. No hay tercera opción, al menos hasta que los impuestos también se puedan exportar.