En Alemania, bioagricultura y compensaciones ambientales

En la granja Bauernhof Blumenstock, en el oeste de Alemania, a un par de horas de viaje desde Mannheim, Markus Blumenstock se define como un “agricultor energético”. Es el mánager de una empresa agropecuaria familiar que ha integrado la producción de cereales (maíz, trigo, cebada) y la de carnes (de cerdo y de bovino) con la de bioenergía: producción de biogás y también de energía solar, a través de paneles instalados en los techos de las granjas y en la estructura de acopio de forraje y el feedlot.
A la vez, también administra un proyecto de turismo rural, que le reporta entre el tres y el cinco por ciento de los ingresos y que le permite “transmitir a los consumidores cómo se produce en la agricultura moderna”, destaca Markus.
El esquema, que cuenta con subsidios oficiales, hace foco sobre el eje ambiental de la agricultura.
Toda la producción propia de maíz se convierte en carne o energía. También compra el maíz a terceros, por medio de canjes. Junto con los efluentes ganaderos, se usa para alimentar dos biodigestores para la producción de biogás. La capacidad de cada uno es de cinco mil metros cúbicos de materia prima, entre biomasa vegetal y efluentes ganaderos, más cuatro mil metros cúbicos de gas que se acumula en las cúpulas verdes de la estructura.
A través de cañerías, el gas es enviado a una instalación cercana para la generación de energía eléctrica que permite abastecer a unos seis mil usuarios residenciales.
Euros en 250 hectáreas. En 250 hectáreas de “bioagricultura”, este productor alemán factura cinco millones de euros anuales, unos 84 millones de pesos. La comparación lineal con un agricultor argentino –que con un planteo agrícola en una superficie similar no alcanzaría ni a la décima parte de ese ingreso– podría llevar a varios equívocos.
En primer lugar, porque el capital tierra es sólo una parte del activo; el establecimiento cuenta con una respetable capacidad instalada: una granja para albergar 225 cerdas madres (produce 6.000 capones al año); recría bajo cubierta de toros Fleckvieh para carne, que salen al mercado con 700 kilos de peso; galpones para silos prismáticos de trigo y cebada de propia producción, además de los biodigestores, cuatro motores en la planta de biogás y diferentes maquinarias.
La visita a la granja de Markus Blumenstock fue parte de la gira que organizó la compañía alemana Basf para periodistas internacionales, de la que tomó parte Agrovoz.
Las rotaciones y el sistema productivo forma parte de las regulaciones ambientales del gobierno y tienen su premio. Blumenstock recibe 300 euros por hectárea de subsidios (unos cinco mil pesos anuales por hectárea) por gestionar este esquema. Un arrendamiento en la zona se cotiza a 700 euros. Por cuerda separada, percibe otras compensaciones por la venta de energía.
En un paisaje donde dominan las energías “verdes”, incluida la eólica, Markus responde sobre qué piensan los consumidores que recibe en su chacra: “Hay gente que vive en Berlín, no conoce cómo se produce una fruta, tiene alguna noción a través de lo que “vende” la prensa y, en general, una relación negativa con la agricultura”.

Y, en torno de los subsidios, argumenta: “La agricultura recibe pagos del gobierno sólo cuando está encuadrada en cierta regulación porque, de este modo, los políticos pueden decir que si se bonifica a los agricultores, estos pueden mejorar su gestión relacionada con el medio ambiente”.

Fuente: Diario La Voz del Interior - Suplemento La Voz del Campo - Autor: Carlos Petroli.