Ahora, el consumo de carne en el país es el más bajo de la historia. Sergio Persoglia

La Rural es el gran evento ganadero del año y una ocasión ideal para analizar qué está pasando en la actividad. Allí, se conoció un dato hasta ahora poco difundido pero contundente: el consumo de carne bovina está en el nivel más bajo de la historia. En junio, los argentinos comieron en promedio 51 kilos por habitante y por año, detalla un informe del especialista Matías Bodini, del área de Ganadería de AACREA. Es un dato clave para la cadena ganadera, porque una baja significativa del consumo interno abre la puerta para generar mayores saldos exportables, que ahora podrían enviarse al mundo sin las restricciones que existían hasta diciembre, como ROES, retenciones y dólar oficial muy atrasado.

Sin embargo, para que puedan incrementarse las exportaciones no solo haría falta que la industria frigorífica tenga mejores condiciones de competitividad internacional (hoy todavía tiene costos internos muy altos en dólares), sino que se incremente la producción. Pero, como dice el informe del técnico de AACREA, hay “un problema estructural de oferta de carne”. Bodini explica que ese es el motivo por el cual, a pesar de la baja del consumo, no caen los precios de la carne en las góndolas de los supermercados o en las carnicerías.

Pero eso podría estar en vías de resolverse si se mantienen las condiciones para el negocio, aunque, como la mayoría de las cosas en la actividad, los resultados requieren plazos largos. El trabajo precisa que las ganas de crecer de los ganaderos queda evidenciada por la retención de hembras que se viene registrando: en el primer semestre, solo 40,3% de los animales para faena fueron hembras.

¿Qué debería pasar para que haya más oferta de carne? La solución no es sencilla, indica el informe. Una salida sería mejorar la eficiencia de la producción, para acortar los tiempos de engorde, por abajo de los actuales 12 meses promedio. Pero ese no es un objetivo que pueda lograrse de la noche a la mañana. Y, al mismo tiempo, si se impulsa una mayor producción de carne vía el fomento para producir animales más pesados, eso generará un bache al menos en el corto plazo, hasta que los novillos empiecen a ir a faena y se arme la cadena.

Por su parte, los feedlots, los grandes abastecedores de carne de las áreas urbanas argentinas, estaban en mayo y junio con altos niveles de ocupación, lo que asegura un aceptable flujo de gordos para faena en el segundo semestre del año.

La coyuntura, más allá de ajustes que todavía hacen falta, es favorable para la ganadería. Los precios están en buenos niveles históricos, recordó Bodini: los valores del gordo vienen creciendo por encima de la inflación, lo cual claramente es un incentivo para el invernador o feedlotero, para que le metan más kilos a los animales.

La ganadería de carne, una actividad cada vez más intensiva en la Argentina, se viene acomodando, también, a otro factor central: el aumento en pesos que registró el maíz, un insumo clave, luego de la eliminación de dólar oficial.

Ahora, quedan muchos cosas por resolver, pero la coyuntura y, sobre todo las perspectivas, permiten ser optimistas.