Brasil es suficientemente grande para recuperarse. DAnte Sica

"La ráfaga puede ser proporcional al tamaño del país, pero Brasil es lo suficientemente grande como para hacer frente a una crisis como esta”. La afirmación de Delfim Netto, ex ministro de Hacienda y conocido en su país como el autor del “milagro económico” es cierta: no hay dudas de que Brasil resolverá su crisis política y recuperará su potencial. Pero también es real que son semanas vertiginosas para el país, inmerso en una encrucijada asfixiante en la que la crisis política se recrudece y combustiona la económica.

Los indicadores reflejan la gravedad creciente de una situación que merece un rápido tratamiento: la actividad se derrumbó el 3,8% en 2015, la mayor caída registrada desde 1990, la producción industrial se contrajo el 13,8 en un año, el desempleo es del 7,6, uno de los más altos desde 2009, el déficit fiscal consolidado es del 8,2 por ciento del PIB y la depreciación nominal de la moneda alcanzó el 60,4 por ciento desde fines de julio de 2014. Esos guarismos son la resultante de un Congreso paralizado por las denuncias de corrupción, el quiebre de alianzas políticas y la agonía de las iniciativas que apuntaron a ordenar las cuentas fiscales y generar mayor confianza en la inversión.

En Brasil aseguran que el encausamiento de la economía depende de la salida política. Los analistas coinciden que en el corto plazo, ese laberinto ofrece pocas alternativas: Dilma continúa con su gestión, da un paso al costado al no sortear el impeachment o concede su renuncia. En todos los casos, con y sin Dilma, el cimbronazo que tambalea al gobierno y que implica a políticos y empresarios plantea la necesidad de proyectar un paquete de leyes que apunte a establecer reglas claras sobre el accionar de los partidos políticos. Sea cual fuera el desenlace que la sociedad brasileña determine para su futuro inmediato, la certeza es que demandará una norma que dé transparencia al origen de los recursos que solventan la actividad política. La clase política deberá consensuar una iniciativa que detalle al extremo la metodología de capitalización de sus partidos y de esta forma, erradicar la posibilidad de que la crisis se repita en un futuro con nuevos protagonistas y disipe las sospechas que hoy contaminan a la élite del poder.

Las empresas argentinas observan con preocupación este deterioro de la economía vecina. Con una demanda interna que actualmente afronta correcciones, las malas noticias que llegan del exterior provocan insomnio. Tienen razón: la industria brasileña se adapta para sobrevivir hacia una estructura de menos empresas y personal pero mayor productividad, menores costos en dólares y un exceso de capacidad productiva. Esto se traduce en una presión importadora que constituye una seria advertencia para nuestro país. Y encima Brasil redujo la demanda de bienes argentinos: en 2015, las exportaciones al norte cayeron casi el 27,3% en relación a 2014. El cuadro es preocupante: del 2011 al 2015, la reducción del comercio bilateral se contrajo un 42% impactando en sectores claves como la industria automotriz y en diversas economías regionales.

Pero en sentido contrario, quizá es posible encontrar un costado positivo a esta coyuntura, y es que ante la crisis en el país vecino, que ha ocasionado entre otras cosas una baja en la calificación de su deuda, Argentina podría erigirse como destino líder de los flujos de inversiones a nivel regional. Así podría revertirse la tendencia de los últimos años, cuando el cepo cambiario y los elevados niveles de discrecionalidad ahuyentaron la inversión, especialmente la extranjera. Esta sería una fuerte apuesta del gobierno local que apunta a reinsertarse en la economía global como paso indispensable para apalancar un nuevo ciclo de crecimiento, o más ambiciosamente desde la óptica oficial, un proceso de desarrollo.