El amplio arco trazado por el presidente Barack Obama uniendo en un mismo viaje una visita a Cuba y otra a la Argentina constituyó un fuerte mensaje dirigido al continente y registrado en todo el mundo. Unir a Cuba y a la Argentina en un mismo periplo fue en sí mismo un mensaje. En
una semana, el presidente de Estados Unidos produjo una actualización
en dos asignaturas pendientes y cambió el mapa político de la región.
Cuando Macri encuentra oportunidades para la proyección internacional del país, cosecha réditos indudables. Así fue con su presencia en enero en el Foro de Davos, y siguió con las visitas del primer ministro Renzi, el presidente Hollande y hasta su visita al Papa –la cual, aunque muchos quisieron minimizarla por un presunto destrato del Pontífice al presidente argentino, contribuyó a consolidar la imagen de Macri en el mundo–.
Las dos intensas jornadas del presidente norteamericano en nuestro país
sirvieron con creces al propósito de dejar instaladas señales de
importancia sustantiva. (Además, por cierto,contribuyeron
a legitimar el estilo “reality show” cada vez más frecuente en la
proyección de la imagen de los líderes políticos sobre el espacio
público, aquí como en todas partes. La escena de Obama bailando un tango con Mora Godoy fue registrada en todo el mundo).
El sentido de la visita de Obama a Cuba –aunque ajeno a la agenda de su
viaje a la Argentina– es presumiblemente compartido por el gobierno del
presidente Macri: buenas relaciones para acompañar las expectativas de
una apertura gradual del régimen castrista. Simétricamente, para los
sectores de la sociedad ideológicamente más afines a lo que representa
el castrismo, el mensaje fue una condena a los gobiernos militares y al atropello a los derechos humanos.
Para el nuevo gobierno argentino, un espaldarazo por donde se lo mire.
Coincidencia o no coincidencia, el hecho de encontrar a Obama de visita
en la Argentina el 24 de marzo fue bien aprovechado por ambos
presidentes para proyectar mensajes sustantivos. A Macri le permitió hacerlo adoptando explícitamente un punto de vista comprometido ante el pasado del gobierno militar y
la represión de los años 70. A Obama le dejó servida la oportunidad
para su anuncio no trivial de la pronta desclasificación de documentos
en los archivos de la CIA y el Pentágono relativos a aquellos años. Todo
eso, sumado al efecto de la visita de Obama a Cuba, se resume en un
reposicionamiento de ambos gobiernos –el norteamericano y el argentino–
en los ejes de los derechos humanos y de las relaciones interamericanas.
En ambos temas se abren nuevos capítulos en la historia.
Fueron días densos que,
en otro plano, generaron una alta circulación de opiniones y
reflexiones en los medios de prensa y en los espacios institucionales.
Parece ir perfilándose en el país actual un replanteo del enfoque de la
“grieta” que divide a la sociedad argentina, en busca de una actitud más orientada a abrir nuevos consensos.
Esa actitud aspira a superar las oposiciones inconciliables, que en
nuestra sociedad se trazan a partir de distintos ejes. Una Argentina más
alimentada de miradas comprensivas de las razones de los otros antes
que de la insistencia en las propias razones.
Es un buen momento. El espaldarazo de Obama a Macri se produce en un buen momento para el presidente argentino. Estos días ha logrado acuerdos importantes en el Congreso y está a un paso de culminarlos con
la votación de las leyes relativas a la negociación de la deuda en el
Senado. La recomposición del mapa político en ambas cámaras es una señal
de capacidad de maniobra por parte de un Ejecutivo que nació extremadamente débil;
se ve reforzada por el respaldo que obtiene en la opinión pública, a
pesar de las malas noticias económicas y de las divisiones programáticas
en la sociedad. Si esas mayorías circunstanciales en el Congreso y en
la opinión pública son de larga duración o perecederas, es una
incógnita. Todavía no sabemos si los capitales fluirán al sistema
productivo y si los precios se estabilizarán en niveles razonables y
sustentables, y menos aún sabemos cómo reaccionará la población en
cualquiera de ambos escenarios.
Son dos escenarios del futuro cercano: una economía estabilizada y en crecimiento –precios contenidos, inversiones que fluyen– o una economía desordenada cuyas variables se mueven caóticamente.
Del lado de la oferta política, los dirigentes están ocupados en
dirimir posiciones en sus internas y a la vez en definir estrategias en
función de esos escenarios. Algunos apuestan al escenario de una
economía recuperada; esperan que en un país estabilizado económicamente
los alineamientos políticos se muevan en busca de nuevos equilibrios.
Otros apuestan al escenario negativo y esperan posicionarse para
capitalizar los previsibles descontentos que eso provocaría en amplios
sectores del electorado.
El futuro ya está con nosotros, nos guste o no nos guste. Para los argentinos, para los norteamericanos, para los cubanos y para todo el resto del planeta.
El desafío no es aceptarlo o no, sino cómo prepararse para él,
desde la situación en que cada país se encuentra. La Argentina todavía
no ha empezado a resolver las secuelas dramáticas del mundo que se va
–la pobreza, la violencia anómica, la delincuencia y el narcotráfico
organizados– ni sus desajustes a él –un aparato estatal elefantiásico e
ineficiente, industrias muy poco competitivas, corrupción
incontrolable–.
Y tiene que prepararse activamente para el mundo que viene, el de la
“cuarta revolución industrial”, que trae nuevos desafíos y también
nuevas tensiones complejísimas. Articular esos dos frentes de problemas
de manera creativa es el mayor desafío que enfrenta la dirigencia
política.
La Argentina, Estados Unidos y Cuba son tres casos paradigmáticamente
distintos frente a ese doble desafío, que tienen en común la acuciante
necesidad de encontrar nuevas respuestas.