Mi preocupación por los efectos
económicos del denominado “envejecimiento” de la población se remonta a
fines de la década de 1980, cuando la mayoría de los analistas estaban
preocupados por el explosivo crecimiento de la población. Sin embargo,
mi preocupación por el bienestar de los ancianos es incluso anterior,
resultado de comparar mi experiencia familiar -cuando convivíamos
distintas generaciones- con la soledad que observé de los ancianos en
Estados Unidos.
La explosión demográfica y el
envejecimiento son etapas de un mismo proceso, originado en los avances
en la medicina y los cambios culturales. Combinados, redujeron
significativamente la mortalidad materno-infantil y la tasa de
natalidad, elevando las expectativas de vida de la población.
Los efectos económicos y sociales de
este proceso van mucho más allá de los obvios (cierre de escuelas y
aperturas de geriátricos, baja de las ventas de coches para bebés y
crecimiento de las de sillas de ruedas, etc.). Su análisis está
facilitado por las experiencias de países que ya están viviendo etapas
avanzadas de esta dinámica demográfica.
Estudiar el “caso japonés” resulta útil
porque su población tiene ciertas características particulares: es
homogénea (presentan pocas migraciones) y lleva varios años sufriendo
los efectos del envejecimiento, a tal punto que el número de habitantes
ya está cayendo en términos absolutos. Este fenómeno es tan importante,
que las autoridades dedican gran cantidad de recursos a estudiar sus
características.
El Instituto Nacional de Investigación
de la Población y la Seguridad Social elabora informes periódicos en los
que analiza la historia y la evolución de todos los temas relacionados
con la seguridad social (retiro, salud, protección de los inválidos,
pobreza, desempleo, etc.).
La población total de Japón alcanzó su
nivel máximo en el año 2009 y se está reduciendo desde ese entonces. La
población económicamente activa se redujo de 69 millones de personas en
1998 a 66 millones en 2015, al mismo tiempo que la cantidad de personas
de más de 65 años pasó de representar el 5% de la población total en
1950 a más del 26% en la actualidad.
Estos números muestran las dificultades
que enfrenta Japón para solventar su sistema de seguridad social. Por el
lado de los gastos, además del mayor pago de jubilaciones, hay que
agregarle el incremento de los gastos de salud –consecuencia de que
aumentan más que proporcionalmente cuando sube la edad promedio de la
población-. Los ingresos, por su parte, están afectados por la
disminución del número de personas en edad de trabajar por familia
-32,4% de los hogares están constituidos por una sola persona-, y por la
desaceleración del crecimiento económico, asociado en parte a este
mismo proceso de envejecimiento. El resultado es el incremento de la
pobreza entre los adultos mayores y la consecuente necesidad que tienen
algunos jubilados de volver a trabajar.
El porcentaje de personas consideradas
pobres (un concepto relativo, relacionado con el ingreso medio del país)
se elevó del 12% en 1985 al 18% en la actualidad, y sólo reciben ayuda
del gobierno quienes cumplen tres condiciones: la venta de activos que
posean, que hayan realizado el “mayor esfuerzo” para conseguir un
trabajo y que hayan obtenido ayuda de aquellos familiares que están
obligados a ayudarlos por ley.
La participación de personas mayores de
65 años que integran la fuerza laboral se incrementó del 5% en 1980 al
12% en la actualidad, y muchas volvieron a trabajar después de
jubilarse. Abundan los ejemplos de altos ejecutivos jubilados que
trabajan en la actualidad atendiendo estaciones de servicios.
El sistema de salud es público, pero la
mayoría de las personas deben pagar para ser atendidos, excepto los
niños y los ancianos, que reciben atención gratuita. El número de
personas autorizadas a recibir tratamiento gratuito prolongado se elevó
de 2 millones en el año 2000 a casi 6 millones en la actualidad.
El impacto sobre la economía de estas
tendencias ha sido devastador; la tasa de crecimiento se redujo del 4,6%
en la década de 1980 a solo el 0,7% en los últimos años, y la baja del
ritmo de crecimiento del PBI nominal fue aún mayor por la disminución de
la tasa de inflación. El menor crecimiento está asociado a la
disminución de la tasa de inversión (bajó del 32% del PBI en 1991 a 21%
en 2015), a la caída de la población económicamente activa y a los
problemas relacionados con la crisis financiera de fines de la década de
1980.
Finalmente, en otra muestra de que son
los jóvenes los que ahorran, el envejecimiento de la población redujo la
tasa de ahorro de un máximo de casi 34% del PBI al 22% en 2015.
La desaceleración económica afectó la
recaudación y generó problemas de financiamiento del sistema de
seguridad social obligando al gobierno a subir contribuciones y a
utilizar recursos destinados originalmente a otros fines (el incremento
de la edad jubilatoria puede disminuir las necesidades de
financiamiento, pero es rechazado en muchos países). El impacto generado
por estas prácticas sobre la competitividad externa del país fue
significativo.
La experiencia de Japón debería
servirnos como advertencia de lo que podría pasar en Argentina. La
dinámica poblacional en nuestro país es similar, aunque no idéntica: la
mayor migración y el menor ritmo de baja de la tasa de natalidad de
nuestro país reducen la velocidad del envejecimiento de la población.
Sin embargo, la proporción de
beneficiarios a aportantes es casi idéntica a la de Japón, con lo cual
los problemas para financiar los gastos de la seguridad social son igual
de importantes y tenderán a agravarse.
Las cifras fiscales argentinas
correspondientes al año 2015 muestran que las instituciones de la
seguridad social registraron un déficit de 2900 millones de pesos, y las
ex cajas provinciales, de 5100 millones, mientras que el PAMI (y otros
fondos fiduciarios) registró un déficit de 127 mil millones; estos
desequilibrios fueron financiados mediante transferencias del Tesoro
Nacional.
Nuestro país necesita con urgencia un
estudio detallado de la futura evolución de su sistema integral de
seguridad social si queremos anticipar (y evitar) graves problemas en el
futuro.