Mauricio, el mago, y el ejercicio del ilusionismo económico JULIÁN GUARINO

En sus pocos días de gestión a cargo del Poder Ejecutivo, el presidente Mauricio Macri le imprimió un cambio radical a la política económica que dejó el kirchnerismo. La eliminación de las retenciones, el bono de fin de año, la exención del pago de Ganancias para el medio aguinaldo, el cepo cambiario y la extensión de la Asignación Universal por Hijo merecieron medidas concretas. Del otro lado, la inflación, las paritarias, la deuda flotante de los importadores y hasta los subsidios y tarifas recibieron señales desde el Ejecutivo. En última instancia, los primeros días de gobierno remiten invariablemente a una ecuación nada grata: lejos de alejarse, el escenario del déficit fiscal parece haberse profundizado.
Mediante un nuevo pacto entre el Estado y el sector privado, el Gobierno parece tener como premisa marcar prioridades, pero podría haber olvidado una importante lección: para bien o para mal, en la política, lo esencial no puede ser invisible a los ojos.
Un aprendizaje que podría resultar aleccionador es el que dejó tabulado el kirchnerismo, cuya factura política nunca prescindió de elementos escénicos, subjetivos, narrativos, o incluso de habilidad e ingenio, y que bien podrían incluir, en algunos casos, la lógica del ilusionista: producir artificialmente efectos de apariencia inexplicable mientras se desconoce la causa que los produce.
Solo de esa manera puede explicarse que un número relevante de votantes acabó sopesando en forma positiva los vaivenes y desequilibrios registrados en los últimos años, ponderando los supuestos efectos benéficos de una política que también trajo estancamiento económico, debilidad del mercado de empleo, restricciones cambiarias, inflación y fuerte presión tributaria. Dicho de otro modo, Macri recibió una economía con fuertes desequilibrios y no obstante, numerosos actores políticos y sociales parecieron supeditar esos elementos a otra realidad paralela.
Esta lectura de la realidad resulta todo un desafío, porque aplica una lógica severa: se evalúan las decisiones por sus consecuencias y no por las causas, solapadamente instaladas durante años. Este ejercicio puede erosionar parte del caudal político de Cambiemos. Así, una retracción en el mercado del crédito difícilmente sea visto como una consecuencia indeseada (pero probable) de subir las tasas de interés para bajar la presión sobre el dólar y unificar el mercado de cambios. De la misma forma, una caída en el consumo no será evaluado como un matiz de una política antiinflacionaria o el endeudamiento que pondrá remedio a la falta de dólares.
Con impuestos altos, fuerte intervención estatal y déficit en las cuentas públicas la árida tarea del Gobierno ni siquiera ha comenzado. Por eso mismo, las críticas recibidas en estos primeros días despiertan dudas. La resistencia a los efectos indeseados que genera en el corto plazo la intención de volver la economía al equilibrio perdido bien puede merecer un sinceramiento del estado de la economía en su conjunto.