“Estás desorientado y
no sabés que trole hay que tomar para seguir, y en éste desencuentro con
la fe querés cruzar el mar y no podés. La araña que salvaste te picó,
qué vas a hacer… Y el hombre que ayudaste te hizo mal, dale nomás…
Y todo el carnaval gritando pisoteó la mano fraternal que Dios te dio (…)” Cátulo Castillo (Desencuentro)
Qué desencuentro le ha jugado el destino a Daniel Scioli.
Llegó al debate presidencial ansioso de repuntar una intención de voto
que no lo beneficia, y salió desencontrado del electorado y de sí
mismo. Lo que sería su “salvación”, a juzgar por su propio equipo, se
transformó en un salvavidas de plomo. Un mar de palabras en un oasis de
ideas, y la imposibilidad de prometer aquello que demostró no saber, no
poder o no querer hacer. Difícil convencer de que harás lo que no has
hecho cuando se han pasaron doce años en el poder.
Desde el momento del primer
planteo de Mauricio Macri, Scioli quedó noqueado, pretender no tener
nada que ver con el gobierno saliente además de imposible, es un
descaro. “Daniel, sos la continuidad. Vos elegiste estar con
Zannini, con Aníbal Fernández, con Milagros Sala, con Máximo… Nosotros
somos el cambio”, fue lapidario el representante de Cambiemos con solo apelar a una verdad que cualquier ciudadano puede comprobar. A
los analistas, el debate nos dejó sin la posibilidad de un desafío
intelectual: básico, llano, previsible y con un “ganador” claro.
El candidato oficialista
intentó ser opositor sin decir a qué ni a quién, en consecuencia quedó
opuesto a la coherencia y el sentido común de la gente. Doble falta
al no respetar los tiempos, atolondrado como repitiendo un libreto. Un
émulo del personaje creado por Jery Kosinski en su obra “Desde el Jardín“.
La conducta del candidato oficialista permite argumentar también, la tesis de que el
debate sólo serviría y sirvió para que se refuerce el voto de quienes
ya estaban decididos. El 86% adujo que la presentación no haría cambiar
su votación. En ese sentido, puede inferirse que el intercambio
entre ambos no ha sido una herramienta en exceso útil para la elección.
Si bien es un acto que suma a la democracia – es políticamente correcto
para definirlo de alguna manera-, después de una campaña en exceso
larga donde cada uno mostró a las claras quién es, qué pretende y hacia a
dónde va, el debate se tornó insustancial.
Se escuchó aquello que, en lo cotidiano, se escucha en spots, entrevistas, o se lee en revistas y diarios. Nada
se ha sumado: lo que estaba bajo el sol sigue estando y lo que no, no.
La “sorpresa” con la que especulaban los seguidores de FPV faltó. Todo
demasiado pautado, muchas reglas en un país donde paradójicamente, hay
ausencia de estas.
Si acaso Scioli quizo demostrar que es “más Scioli que nunca“, se equivocó. Tarde
para despegarse del kirchnerismo que lo acunó primero, y lo vapuleó
luego. Tarde para el perdón. Scioli la erró porque el espectador
embebido de política ya sabía de antemano quien es quien. Y aquellos
cuyo desinterés los hace estar ajenos o perdidos en el tema, quedaron
sin poder responder la pregunta que justamente, el debate debería
responder: ¿Cuál es mi candidato?
Indecisos, que no son tantos
como pretenden hacer creer las encuestadoras para cubrirse después,
deberán acudir tan solo a su conciencia… Un detalle o no tanto, ha sido el
nivel de audiencia alcanzado: para los argentinos el show es siempre
bienvenido, aunque el fenómeno se explica también si se tiene el cuenta
el nivel de participación ciudadana en los últimos comicios.
Asimismo, es justo resaltar
que los candidatos cuando lideran las encuestas se niegan a participar
en debates, lo hizo Scioli el 4 de octubre pasado cuando se debatió
por la primera vuelta y se suponía que lideraba el electorado. Tras esa
ausencia su imagen negativa pasó del 22 al 49%. El hombre de teflón se
volvió vulnerable. Sin embargo, y considerando la ventaja que
tiene Mauricio Macri (entre 6 y 10 puntos) en todos los sondeos de
opinión, dio la cara, no dudó.
Lo cierto es que lo que llamaban un “encuentro crucial” no fue tal. Dejó por un lado, una definición conocida: el
titular de Cambiemos, sin máscara ni prolegómenos, sin una oratoria
complicada proponiendo el cambio, quizás no de políticas sino de algo
aún más trascendente y necesario, el cambio de sistema, de modus
operandi, de la concepción de poder y mando.
Por otro, un gobernador
abatido, desesperado por disimular el extravío, zigzagueante, aturdido
entre ser y parecer sin afianzar en definitiva, ninguna de estas
opciones. Scioli puede ser tan kirchnerista como menemista o tan peronista como ambos “ismos” lo son, lo han sido.
En síntesis, una hora que sirvió
para confirmar quién es “más de lo mismo” y quién es distinto. Es
verdad que simultáneamente, dejó al descubierto de que lado está el
capital necesario para encarar una transformación de base del Estado, y
quién pretende llegar para satisfacer una ambición personal encarada
bajo la premisa de que el fin justifica los medios, aunque los medios
precisamente, se ocuparon de demostrar la naturaleza de los fines y
también del candidato.
Para el bonaerense fue como
acudir a un laboratorio para hacerse una radiografía, y que ésta
ofreciera luego con claridad supina, la imagen de un nudo gordiano entre
sus deseos, las presiones y las consecuentes imposibilidades de
cambio. El gobernador de Buenos Aires llegó desnudo y se fue desnudo,
no encontró un traje a su medida ni mucho menos a la medida de un
electorado que – si de independientes se trata -, está expectante de
algo concreto, definitorio y claro.
La agresión de la que se valió en todo momento es paradójicamente, uno de los elementos que mayor rechazo causa en la sociedad, y que terminó de sepultarlo en su provincia donde, días atrás, se plasmó la disyuntiva: Aníbal Fernández – María Eugenia Vidal.
Scioli se olvidó o pretendió olvidar que la gente optó por la
tranquilidad y la dignidad más allá de la garantía de gestión que
pudiera realizar.
Al gobernador le faltaron
“s”, a Macri le sobraron otras tantas pero respondió sin titubeo,
seguro de sí, quizás tibio en algún momento. Diferencias insondables a
la hora del análisis.
A la interpelación directa, el candidato del gobierno respondía en tercera persona como si desconociera a su contrincante. Solo al final, cansado ya, usó el tuteo para volver luego a hablarle a la nada, perdida la mirada. Ofuscado desde el vamos olvidó la popular sentencia “el que se enoja pierde“. Empezó y terminó con el pie izquierdo- Uno le hablo al “compañero trabajador” del peronismo, el otro a la totalidad del pueblo argentino…
Scioli no fue Scioli. Scioli fue Cristina y ahí estuvo el mayor error, ahí estuvo su peor pesadilla. Después
de años de someterse a todo tipo de bajeza con tal de vestir la banda
presidencial, el ex motonauta hizo lo mismo: rebajó a su rival. Craso error, la gente demanda mesura y conciliación aún desde la desmesura y el enfrentamiento. De ese modo, el
debate favoreció a consolidar aquello que la sociedad expresó con el
voto en la última elección: el deseo de cambio y la certeza que este
pasa por otro lado.
El riesgo que Scioli intentó
posar en su adversario se vio dentro de su propio yo. El encuentro si
se quiere, puso también en evidencia que aquello a lo que debe
temerse es a repetir el oprobio de la perversión. Y perverso es querer
disfrazar al otro de lo que no es. Perverso es no tener razón y querer
tenerla a costa de la necedad y la mentira, del descrédito y la
actuación.
Se vio un hombre desbordado y lo que es peor, se lo vio encadenado a un andamiaje del pasado, vencido y ciego de sí mismo. Daniel
Scioli no pudo ser, apenas pareció la encarnación de la Presidente a
quien en vano trató de dejar de lado. Una versión masculina de la
soberbia y la ambición de Cristina. No se explica, máxime cuando la gente ya se había expedido a favor de un cambio radical en el trato, amén de en la política.
El que sería un momento
histórico y crucial en la vida institucional de la Argentina quedó
reducido a un duelo donde solo uno venia armado. ¿El otro? El otro, sin
cisne negro en el escenario, será el futuro jefe de Estado.
A lo lejos, la sombra del hombre de “fe, de esperanza y de trabajo“ se fue tarareando bajito la última estrofa del viejo tango: “Por eso en tu mortal fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”