La sociedad exigió un cambio de régimen.Liliana De Riz

Macri, candidato de una fuerza política nueva, ni radical ni peronista, creada en la década pasada, fue electo presidente coaligado con la UCR y la Coalición Cívica. Aunque su triunfo no tuvo la fuerza de una aplanadora, no dejó dudas de que comenzó una nueva época en Argentina. El ciclo kirchnerista llegó a su fin. Un modo de ejercer el poder basado en la descalificación del adversario, el monólogo estridente, el uso del estado como botín del que manda y la trampa recurrente, fue repudiado por la mayoría de los argentinos. La sociedad reclamó un cambio y definió en las urnas las claves del país por venir: liderazgos democráticos capaces de hacer viables coaliciones reformistas innovadoras fundadas en el diálogo y los acuerdos; un país abierto al mundo; un gobierno previsor, eficaz y transparente, que dé respuestas con justicia a los problemas que enfrentan los ciudadanos.
Cambiemos supo interpretar el humor social y dar voz a la apetito de futuro de las clases medias. Su victoria culmina un proceso que se fue incubando en los multitudinarios cacerolazos y en la crisis moral e institucional que desató la muerte del fiscal Nisman. El triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires fue el preludio de nuevos tiempos en las urnas. Una nueva generación de dirigentes post setentistas llegó al poder, más interesada en imaginar el futuro que en rememorar el pasado.
Macri recibe la herencia de los estragos causados en las cuentas públicas por una política improvisada e irresponsable que consumió los recursos de todos y alimentó negocios propios. Su margen de maniobra para realizar un programa de reformas depende de la fortaleza y habilidad de Cambiemos para enhebrar cuanto antes acuerdos políticos y sociales que aseguren la gobernabilidad. Con una distribución institucional de poder adversa en el Congreso, y sobre todo en el Senado, donde el PJ y el FPV controlarán el quorum, la capacidad de negociación del nuevo oficialismo se pondrá a prueba. El desafío exige la estabilidad de su coalición y la firmeza para contener el potencial malestar social que desaten las reformas y que sectores de la oposición puedan aguijonear. El nuevo mapa político condicionará también la estrategia de la oposición peronista, que puede buscar una segunda renovación como hace 30 años y optar por un rol constructivo de cara a una futura alternancia.
Cambiemos conducirá el Gobierno nacional, la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires, un hecho inédito en las tres décadas de democracia. Triunfó en las 5 provincias centrales, pero el peronismo en conjunto gobernará 16 provincias. Macri no pudo replicar la victoria de Vidal en la provincia de Buenos Aires- la primera y tercera sección del conurbano fueron fieles a Scioli. Sin embargo, el peronismo ya no es el dueño exclusivo de esa provincia. El papel que desempeñarán los gobernadores es otra pieza clave del rompecabezas que deberá armar el nuevo presidente. Este triunfo tiene impacto regional e internacional: fracasó una utopía regresiva que por mucho tiempo quiso presentarse como una versión del “socialismo del siglo XXI” y confundió a quienes vieron en ella el renacer de la izquierda. Hay mucho que reconstruir sobre los restos del teatro de la ilusión fabricado por el kirchnerismo.
El desafío es mayúsculo y los interrogantes que plantea aun no tienen respuesta. Lo cierto es que las categorías para analizarlos deberán aggiornarse porque estamos ante un cambio que es más que una alternancia, es un cambio de régimen y siempre es más fácil ver lo que se muere que avizorar lo que llega. Las antinomias simplificadoras no ayudan a comprender. Hoy Cambiemos nos abre un panorama esperanzador. 
Liliana De Riz
Politóloga (UBA-CONICET)
FUENTE Clarin