Humor Político Especulaciones sobre el paraíso Marcelo Birmajer

Hasta este día, nunca he leído ni escuchado una referencia razonable sobre el Paraíso. Lo que sabemos por la Biblia es que Adán y Eva vivían confortablemente en el Edén; en paz con los animales y sin pudor. No debían ganarse el pan con el sudor de su frente. Ahora bien: algo salió mal, evidentemente. Ergo, había algún problema en el Paraíso, o no era el Paraíso. Se podría argumentar que incluso en el Paraíso rige la libertad de elección y, por una acción malvada o errónea, el riesgo de ser expulsado. Pero eso equivaldría a nuestros escasos momentos de felicidad en la Tierra, que también pueden ser eliminados por nuestra propia estupidez. Por el contrario, se supone que en el Paraíso ya no habrá posibilidad de error, estupidez o maldad. Me refiero a que si también en el Paraíso hay que rendir exámenes, llevar documentos y saber qué decir para no iniciar una discusión entre hombre y mujer, entonces…¿qué lo distinguiría de un resort o una reserva natural?.
Por otra parte, si ponderamos que los buenos van al Paraíso y los malos al Infierno, ¿cuál sería el status del que comete un acto malvado en el Paraíso? ¿Hay una segunda selección? ¿Un purgatorio para los expulsados del Paraíso? ¿El mismo que habitan aquellos que, según la mitología, están a prueba? No voy a elaborar sobre el Infierno, es relativamente fácil imaginar un sufrimiento eterno. Tenemos miles de ejemplos para elegir dentro de nuestro planeta. Pero ninguno para fungir las circunstancias en las que nos sentiríamos felices y aliviados durante una eternidad. En uno de los episodios de La dimensión desconocida, magistral serie creada por Rod Serling en 1959, un hombre fallecía y, conciente de su muerte, despertaba en un casino.
Todas las noches, invariablemente, ganaba a la ruleta, al Poker, al Black Jack. Luego de varias jornadas victoriosas enfrentaba a su responsable y le reclamaba: “Bueno, ya me cansé de este sector del Paraíso, llévenme a ver otra atracción”. El responsable le aclaraba: “Lamento informarle que usted está en el Infierno”. El aburrimiento es uno de los grandes enemigos del ser humano, lo que no implica que la diversión sea necesariamente su amiga. Por eso es tan difícil imaginar un sitio donde el individuo se encuentre satisfecho.
En ese mismo 1959 en que Rod Serling creaba La dimensión desconocida, sólo unos meses antes, Fidel Castro, de cuyo fallecimiento se cumplió ayer un año, se encaramó en el poder en Cuba. Inicialmente, fue aplaudido por la opinión pública y los gobiernos de los países democráticos. Pero a poco de andar, se propuso crear un enclave comunista, marxista-leninista. Los experimentos sociales devenidos de revoluciones de procedencia marxista a menudo han sido interpretados como una suerte de construcción de un paraíso terrenal. Pol Pot, el genocida camboyano, se propuso un Año Cero, a partir del cual la raza humana resetearía su origen, en una mitología similar al del primer hombre y mujer desnudos. Con el correr de los años, Castro se consolidó como dictador, y finalmente produjo la dictadura más longeva del mundo de habla hispana, continuada por su hermano menor, una dinastía dual y medieval. En 2019 cumplirán 60 años ininterrumpidos de opresión, represión y atraso. Lo más cercano a un paraíso terrenal que cantó la mitología latinoamericana fue precisamente el desastre cubano.
El paraíso terrenal soviético, de cuyo establecimiento se cumple este año un siglo, fue sencillo de promocionar y defender desde su lejano ostracismo. La vida puede ser perfecta cuando no la transitamos, como los amores imposibles y la infancia olvidada. Pero en cuanto los comunistas más lúcidos comenzaron a visitar el territorio de sus anhelos y la verdad criminal de Stalin se difundió más allá de la Cortina de Hierro, ese Paraíso fue expulsado de los sueños humanos.
Por supuesto, las democracias liberales no tienen ninguna relación con el Paraíso, pero tampoco se ha utilizado esa metáfora para definirlas. Mientras que la célebre frase del poeta comunista Paul Eluard “Hay otro mundo, y está en éste”, se posicionó como el slogan de las revoluciones marxistas triunfantes; las democracias liberales, al aceptar la competencia no violenta por el poder entre ideas muy distintas, la libertad de expresión de estas ideas opuestas, y de circulación de las personas, se resignaban a que este mundo es este mundo, y no otro.
Pasado este breve intermezzo terrenal, regresemos al enigma original, ¿cuál es nuestra idea de Paraíso?. Es probable que incluso carezcamos de imaginación para concebirlo. Aunque algunos de nuestros más preclaros pensadores lo intentaron; por ejemplo, Roberto Fontanarrosa. En dos ocasiones, por lo menos, se planteó el Paraíso argentino: una, implícita, en “El mundo ha vivido equivocado”, donde dio a luz a una de las más exitosas teorías sociales y biológicas contemporáneas: la conquista amorosa debe ser antes de la cena, no después. La otra explícita: “Cielo de los argentinos”, donde los compatriotas se reúnen discretamente alrededor de un asado siempre crepitante y la continua transmisión televisiva de los clásicos del futbol.
Lamento confesar que si bien no puedo presentar ni un atisbo de alternativa, ese escenario no tiene la menor reminiscencia paradisíaca para mí. No lo considero infernal, claro, como me ocurre con la idea de presenciar una carrera de autos fórmula 1: el aburrimiento de ver una y otra vez pasar los bólidos mientras escuchamos el idéntico sonido de los motores, eco de la propaganda de refrigerante impostada por un locutor.
Sin embargo, la genialidad de Fontanarrosa, al identificar un Paraíso gentilicio, específico para argentinos, quizás nos sugiera una pista: que cada cual tiene su propio Paraíso, que tal vez existía un Paraíso para Adán, y otro para Eva, no necesariamente el mismo. Hay un elemento argentino que yo incluiría en cualquier Paraíso: el mate. El mate tiene algún resabio de las grandes adicciones, como el cigarrillo y el alcohol, pero nada de su nocividad. Nos estimula, pero no nos descontrola. Nos acompaña incluso de noche, sin necesariamente quitarnos el sueño. El mate se parece a este mundo, pero sin ansiedad. Y si falta, es también argentina la frase: yerba no hay.