EE.UU. proyecta menores rindes y una baja de su cosecha de soja. P Adreani



La pasada semana el USDA publicó sus primeras proyecciones sobre oferta y demanda 2017/2018 en el nivel mundial, lo hizo en su habitual informe mensual. Y por supuesto, la atención se centró sobre los números de los Estados Unidos. En el mercado causó sorpresa la estimación de producción de soja estadounidense, calculada por el organismo en 115,8 millones de toneladas, contra 117,2 millones de la campaña previa 2016/2017.

El dato hubiera pasado desapercibido si no fuera porque el mismo organismo está proyectando un aumento de superficie de soja de casi 2,5 millones de hectáreas, cercano al 7%. Como una forma de bola mágica, el USDA proyecta rendimientos en soja similares a los de dos años atrás y no considera los rindes de tendencia. Si tomaran el rinde de tendencia la producción estadounidense podría llegar a los 120,5 millones de toneladas.


Tenemos como antecedente reciente la estimación efectuada por el USDA en la cosecha inmediata anterior. Las estimaciones comenzaron en mayo de 2016 con una producción de 103,42 millones de toneladas, para finalizar hacia noviembre de ese mismo año en 117,2 millones. Es decir, que el USDA subestimó en forma considerable el volumen de producción probable, consecuencia de un rinde récord histórico de 52,1 bushel por acre, equivalentes a poco más de 3500 kilos por hectárea.
EE.UU. proyecta menos rindes.

Nuevamente la genética, el excelente comportamiento de las nuevas variedades de soja a distintos ambientes, en definitiva los sólidos avances en nuevos eventos biotecnológicos, están comenzando a dar sus frutos. Lo mismo está sucediendo en Brasil, donde los rindes de esta cosecha llegaron al récord de 3400 kilos por hectárea. En ambos países los productores pagan por la propiedad intelectual, resultados a la vista. Acá seguimos discutiendo que es un productor chico; si pago antes o después, realmente nos estamos rascando la oreja izquierda con la mano derecha.


En otros países del mundo, nuestros competidores por caso, estos temas ya los han superado y están pensando en cuestiones más estratégicas como el desarrollo de sojas con buen comportamiento a zonas con déficit de lluvias o suelos alcalinos o resistentes al estrés hídrico. Algunos de estos eventos en desarrollo han surgido de la mano de científicos y técnicos argentinos, lo que nos lleva a concluir que "inteligentes somos". Sucede que a veces tanta inteligencia se convierte en viveza criolla, mientras que los productores de las pampas están dispuestos a pagar hasta US$ 150/200 por bolsa de maíz, el mismo productor se resisten a pagar US$ 10 o 15 por las nuevas tecnologías en trigo y en soja.

Lo más lamentable es que las principales empresas de genética de semilla de trigo y de soja son argentinas y algunas de ellas están desarrollando variedades a partir de la biotecnología para productores de Brasil y de los Estados Unidos. Los productores argentinos no van a poder competir con los productores estadounidenses y brasileños, pues la brecha tecnología será cada vez más grande.


En conclusión el productor argentino deberá enfrentar costos de producción más elevados para poder combatir dichas malezas, ergo será menos competitivo que el resto de sus colegas en otros países. Hay que destacar que los tiempos para presentar las nuevas variedades y los trámites regulatorios demoran varios años, mientras tanto el reloj tecnológico sigue corriendo. Perder competitividad por voluntad propia es dar demasiada ventaja.No se trata solamente de brecha tecnológica, sino de la imposibilidad de producir en forma sustentable y competitiva. Por caso, hay una variedad de soja resistente al herbicida Dicamba, para el control de malezas de hoja ancha. Esta variedad ya está en EE.UU. y en Brasil, y no está en la Argentina.

El autor es director de AgriPac Consultores