Si
delante nuestro, se corporizase la máquina del tiempo y no tuviésemos
mejor idea, que la de retroceder en las irrefutables aguas de Heracles
para conocer la historia de los pronósticos meteorológicos, tal vez nos
encontraríamos ante un universo extraño pero fascinante: libros
clandestinos, nombres insignes cómo Franklin, Pascal, Kepler, Galileo y
hasta Aristóteles, tablas astronómicas, parapegmas, o tradiciones
sumerias que continúan hasta nuestros días en Europa y hasta el arte de
la escapulimancia y otras técnicas esotéricas, que en algunos casos, al contrario de lo que cabría pensar, tenían sus fundamentos racionales.
Tomamos
asiento, el sillón es de cuero marrón y está empotrado en un entresijo
de mecanismos y agujas que forman una máquina de alta complejidad. Por
torpeza empujamos la palanca de encendido y somos lanzados, a través de
la ventana, a la cuarta dimensión... Caemos en la unánime noche de
mediados del siglo XVIII, aparece Benjamín Franklin correteando a campo
abierto, por delante de una hermosa cometa de vivos colores, y vemos el
rayo que atraviesa el cielo, y ¡Bingo!, por primera vez el hombre
captura electricidad atmosférica y demuestra la naturaleza eléctrica del
trueno. La máquina sigue retrocediendo y vemos a Farenheit, quien fue
ingeniero y soplador de vidrio, en su laboratorio, derramando, también
por torpeza, mercurio sobre la mesa. Mientras busca un trapo para
limpiar el enchastre, nos acercamos y reconocemos la finísima probeta,
el líquido rojo, la escala, ¡es el primer termómetro! Otra salto
cuántico nos sitúa a tan sólo un paso del scriptorium de Luis de Cotte,
párroco de Montmorency. Es el año 1714 y su pluma está a punto de dar
con la última oración del primer Traité de Météorologie.
Entramos en el siglo XVII, pero cómo tenemos prisa, jalamos la manivela
que parece controlar la velocidad por la que atravesamos el tiempo, y
vemos desde el aire a Pascal subiendo el Puy de Dóme. “¡Guarda la piedra
Pascal!”, le gritamos, pero no la ve y tropieza, porque sus ojos están
vigilando la columna de vidrio, también con mercurio, que lleva entre
las manos. La ascensión fue la parte experimental que lo hizo descubrir
que la altura del líquido en el barómetro disminuye con la altura. Vamos
más rápido y apenas reconocemos al italiano evangelista Torricelli. Nos
llama para que bajemos a tomar algo pero no tenemos tiempo y nos
saluda, agitando su propia columna de mercurio, con la que demostró que
el aire pesaba y ejercía presión sobre todos los cuerpos. Luego vemos
alguien que se dirige hacia un cilindro de bronce, y mide el agua que
hay en ella. Cómo nos da la espalda no sabemos quién es, aunque, por lo
que algunos dicen, podría ser un científico chino. El primer pluviómetro
resplandece ante nuestros ojos, data del 1639.
Un
paso más: nos adentramos en el siglo XVII. Se apersona alguien notable,
de barba blanca, ataviado con elegancia a la moda de Florencia de
aquellos años. Esta sumamente concentrado, inclinado sobre un extraño
tubo con lentes. Los instrumentos de nuestro aparatejo nos indican que
es el 7 de enero de 1610. Galileo Galilei anota
en su cuaderno: ¡Astros mediceos! Acaba de bautizar con ese nombre a los
satélites de Jupiter y sospecha que los cuerpos celestes no giran
alrededor de la tierra. En ocho meses más encontrará la manera de
observar el sol y dará con las manchas solares. Sus observaciones son un
golpe letal para los aristotélicos y los creyentes en el geocentrismo
de Ptolomeo. Su labor lo transforma en un hito en la historia por el que
se lo considerará, aparte, el fundador oficial del método experimental.
Nos
movemos apenas unos años, siempre hacia atrás en la ola del tiempo que
nos lanza como un surfista amateur hasta Graf, una ciudad austríaca, en
la que nos encontramos con otra de las eminencias de la física. Sin
embargo está haciendo algo que no es muy conocido. Nos acercamos a sus
espaldas y vemos que trabaja sobre un calendario en los que, para cada
día, escribe un pronóstico. En el siglo XVI pululaban estos calendarios
por toda Europa, pero Kepler, a diferencia de los demás astrólogos no se
limitó a repetir sus formas de trabajo. Johannes Kepler, planeaba ser
un pastor luterano, pero decide celebrar a Dios, con los estudios de los
astros. Su fe y su profunda convicción pitagórica, lo impulsan a
descubrir sus famosas leyes que describen los movimientos de los astros.
Su profesor lo había iniciado en el modelo copernicano, en la
clandestinidad de aquellos tiempos, y con sus trabajos de observaciones
de movimientos orbitales centrados en el planeta Marte, se abocó con
tesón a demostrar su modelo de la armonía de esferas. Prueba con toda
combinación de círculos, luego óvalos. Kepler, se desespera, buscaba
probar la elegancia de Dios. Sin embargo, vencido ante las fallas, se
resigna a probar con las imperfectas formas de las elipses y consigue
dar con sus leyes. Tras su fenomenal obra, Kepler vivirá algunos de sus
últimos años escribiendo alegatos para salvar a su madre que es acusada
de brujería, y algunos comentaran que murió con demencia senil porque
afirmará que las mareas se mueven por la atracción de la luna…
En
este recorrido nos hemos alejado casi medio milenio de las
supercomputadoras con potentes modelos numéricos e información de
satélites meteorológicos, y sin embargo aún no se logra tener exactitud
en pronósticos para plazos mayores a tres días.
Próximamente
dejaremos atrás la etapa en la que se inventaron las leyes y los
aparatos para medir parámetros atmosféricos (presión, las temperaturas y
lluvias), y meternos de lleno en los siglos donde la base de las
predicciones era fundamentalmente astronómica. Los siglos de la
meteorología medieval consideraban que los acontecimientos celestes, es
decir, los movimientos de las estrellas y los planetas, determinaban
directamente los fenómenos terrestres como las lluvias, los vientos, el
arco iris, y los rayos y truenos, hasta los fuegos de San Telmo, un raro
fenómeno que los marinos consideraban de muy buen agüero si se
producían antes de sus viajes por los océanos.
Y
luego, sobrevendrá la oscuridad de los primeros siglos, conoceremos los
pronósticos sobre observaciones de signos y hasta hablaremos con dioses
antiguos, para poder saber si los cultivos tendrán el favor de las
lluvias.
Continuará…