Y dale con Pernía. Hay politólogos que ven partidos hasta en la sopa.
Son insoportables. Pero esta vez tienen razón. Cristina barrió la
elección anterior con 54% contra 17% de Hermes Binner. El socialista
representaba a un partido que sólo es relevante en Santa Fe, y no a una
fuerza nacional organizada. La grieta se midió en votos pero también en
organización.
En 2007, Cristina le había ganado en primera vuelta a
un personaje sin partido, Lilita Carrió. En ese caso, a la fortaleza
organizativa del PJ-FPV se le opuso una gelatina personalista. La
novedad de 2015 es la recuperación del equilibrio: el que gane lo hará
por poco y en segunda vuelta. Igual de importante es que la oposición al peronismo hoy tiene espinazo. No es una figura suelta. No es un movimiento. Es una coalición entre tres partidos,
o mejor dicho dos: el PRO y la UCR. Los partidos son organizaciones
electorales que sobreviven a sus fundadores. El caso del PRO está por
verse, pero su impresionante cosecha de intendentes bonaerenses es un
augurio de institucionalización. Conquistó todas las ciudades grandes
del interior (La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca, Olavarría, Junín,
Pergamino) y varias del conurbano. El radicalismo cumplió su parte en
Tandil y en municipios chicos, y podría duplicar sus intendentes (de 17 a
33 según datos parciales). En las provincias también volvió el
equilibrio. Y esto es crucial porque las gobernaciones son, al decir del
politólogo Miguel De Luca, la incubadora de presidentes. El radicalismo
triunfó por primera vez en Jujuy y peleaba en Santa Cruz: si gana las
dos duplica sus gobernaciones. Dirigentes del PRO luchaban por Buenos
Aires y Entre Ríos. Si vence en ambos distritos, el PRO se convertirá en el principal partido territorial de la Argentina:
contando la CABA gobernaría tres de las seis provincias grandes contra
una peronista (Córdoba), una radical (Mendoza) y otra socialista (Santa
Fe). Pequeño detalle: falta contar los votos.Mientras escribo sin datos me llaman amigos brasileños para burlarse de la lentitud del escrutinio. Ellos tienen voto electrónico y los resultados se conocen enseguida. En fútbol también son rápidos: demoran veinte minutos en resolver una semifinal. En política, las acciones se juzgan por sus resultados y no por sus intenciones. El PRO tenía como exclusiva prioridad la presidencia, y el balotaje es la antesala del triunfo. El gran objetivo secundario era vencer en la Provincia. Exhibir una morsa como trofeo de caza sería una proeza histórica. Pero primero hay que cazarla. La UCR decidió en Gualeguaychú integrar un frente electoral que protegiese su arraigo territorial. Resultado: ganó Mendoza, Jujuy y quizás Santa Cruz; recuperó capitales provinciales como Paraná y Santa Rosa, retuvo Córdoba, Mendoza, Santa Fe, Viedma y Neuquén y multiplicó sus intendencias en todo el país. Además, habría incrementado su bloque de diputados. El Frente Renovador logró no desaparecer, lo que constituye un éxito notable. Pero no es un partido. El futuro del massismo está en el peronismo, sea para renovarlo o para someterse. En cualquier caso, la resistencia a la adversidad que demostró Sergio Massa fue tremenda: nunca un líder político había reclutado con éxito a tantos desertores. ¿Y el FPV? Además de la presidencia priorizaba dos distritos: Buenos Aires y Santa Cruz. La primera define el campo de juego, porque si el gobernador bonaerense no es del partido presidencial hay garantía de rivalidad – y si lo es, quizás peor. Lo de Santa Cruz es más simple: su resultado determina cuánto tardará en diluirse el kirchnerismo. Si gana Alicia, un poco; si pierde, nada.
Andrés Malamud es politólogo de la Universidad de Lisboa