Digamos adiós a los jefes, y que lleguen los líderes. N. Rodriguez

El trabajo, forzando una conceptualización ideal, debiera integrarse a la vida de las personas. Como un ingrediente que tendría que distinguirse por promover la inventiva y favorecer la realización personal. El trabajo meramente como obligación es frustrante y suele producir el traslado de ese sentimiento al íntimo núcleo familiar.
La cultura argentina sigue desconsiderando al error como fuente vital de aprendizaje. El error se diferencia de la negligencia. No se aprende de los éxitos; muy por el contrario, éstos, si carecen de equilibrio son, frecuentemente, anticipos de futuros y rotundos fracasos.
Nadie duda de la equidad de la opción in dubio pro-operario en la relación laboral. La asimetría de fuerzas así lo aconseja. Sin embargo, legislaciones sesgadas y juzgados que abusan de esa virtuosa preferencia, no pocas veces violentando la ley, alimentan la industria del juicio y atentan contra el trabajo registrado.
Argentina tiene que prestar atención a varias aristas de la problemática laboral. Una es la enormidad de trabajadores precarizados. La otra, la calidad de la oferta de trabajo. La combinación de poca cantidad y baja calidad sería amenazante.
Los modelos de organización del trabajo van cambiando con velocidad por diversos factores, entre ellos la disponibilidad tecnológica. La versatilidad de la política tiene que prever futuras nuevas demandas que enriquecerán la oferta.
En el campo social, por ejemplo, se generarán oportunidades excepcionales que desafiarán a la sociedad y podrían ser un antídoto contra el desempleo. Ya hay experiencias en el mundo.
Los propios sindicatos están requiriendo el acceso a un trabajo digno y el abandono de la dádiva, visiblemente vinculada al clientelismo. La cultura del trabajo está en riesgo. Al no advertirlo se incurre en imprudencia.
Con un veintisiete por ciento de pobreza, la coyuntura presenta un reto descomunal. No habrá soluciones mágicas ni inmediatas. Serán necesarios esfuerzos sostenidos y políticas integrales e integradas para superar este infortunio.
¿Cómo se rompe el círculo perverso de la pobreza? Empecemos por una punta: la educación. Impulsemos en los barrios más vulnerables la de mejor calidad, con instalaciones de moderno diseño, en jornada extendida y metodologías de aprendizaje de avanzada, idiomas, tutorías profesionales, deporte como experiencia de integración y los docentes más destacados y muy bien remunerados.
Costaría imaginar la competitividad en el trabajo como una sorda lucha de poder individual. Se impone la competencia del equipo para alcanzar los mejores resultados. Implica reconocer al otro y saber que el éxito se dará aunando capacidades. La motivación fundamental es alcanzar los objetivos y hacerlo dentro de un ambiente interno honesto y solidario. En tal sentido, ¡adiós a los jefes y bienvenidos los líderes!
La capacitación constante y los nuevos desafíos constituyen factores de estímulo. Benefician al trabajador y también a la empresa. El primero observa que es tenido en consideración y tiende a descubrir a la empresa como un espacio de desarrollo.
Es fundamental la pasión en el trabajo. También lo es mantener la espontaneidad y la alegría. No olvidar que más allá de que se planifique el futuro, precaución insoslayable para no caer en la improvisación, el presente es el espacio en el que ocurren verdaderamente las cosas.
En cualquier equipo la diversidad generacional enriquece en tanto haya mutua comprensión de las subjetividades y las diferencias. La levedad en el compromiso es un componente a sopesar por cuanto es fuente de conflictos potenciales. Las nuevas generaciones exhiben criterios que marcan diferencias significativas respecto de formatos más tradicionales.
Finalmente, el bien común no es la suma de los bienes comunes de cada uno de nosotros. Es el equilibrio para que nadie quede excluido de los bienes necesarios para una vida plena.

Norberto Rodríguez, Secretario general de la Asociación Cristiana de Jóvenes