Caso concreto: instituciones y créditos hipotecarios. Roberto Cachanosky

En estos tiempos en que está de moda ser políticamente correctos en el discurso, es sorprendente la cantidad de estupideces de uno puede llegar a escuchar de boca del oficialismo y de la oposición. Por ejemplo, hoy es un sacrilegio hablar de privatizar cualquier cosa que esté en manos del estado. Solo a título informativo y como introducción a esta nota, le cuento que las AFP chilenas, las equivalentes a nuestras extinguidas AFJP, administraban, al 31 de agosto pasado, el equivalente a U$S 156.406 millones. Al mismo tiempo, el “intocable” Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), que son ahorros que el estado nos confiscó en su momento, apenas llegaba a los U$S 39.000 millones y quisiera ver si realmente son cierto.
Como no se puede hablar de privatizar, días pasados escuchaba a un candidato afirmar, muy suelto de cuerpo, que si ellos eran gobierno iba a otorgar créditos hipotecarios con el dinero que el Central tiene colocado en LEBACs. Veamos, ese dinero, unos $ 400.000 millones, es dinero que fundamentalmente el BCRA le pidió prestado a los bancos y los bancos se los deben a sus depositantes. En realidad es parte del dinero emitido por el BCRA para financiar el déficit fiscal y retirado del mercado mediante estos instrumentos. Esas LEBACs es deuda de corto plazo que tiene el Central con los bancos y los bancos con los depositantes. Si el BCRA libera esos fondos, aunque sea $ 100.000 millones por año, es dinero tiene que ser emitido. Es decir, pretenden emitir dinero para dar créditos hipotecarios. El crédito se genera por el ahorro de la gente. No se imprime. Es un error grosero decir semejante cosa.
Para entendernos. El ahorro es ingreso no consumido. Una persona tiene un determinado ingreso, una parte lo consume y la parte que no consume, ahorro, lo vuelca al mercado de capitales para que se transforme en crédito a empresas o personas. El ahorro es la contracara del crédito. Ahora, para que el ahorro no se transforme en atesoramiento, entendiendo por atesoramiento no llevar los ahorros al mercado de capitales y meterlos debajo del colchón, es necesario tener, entre otras cosas, seguridad jurídica. El que ahorra y vuelca sus ahorros al mercado de capitales, tiene que tener, más allá de los típicos riesgos de mercado, la certeza que el estado no lo va a confiscar. En Argentina, el populismo ha transformado en una “virtud” el no pagar las deudas. El que debe siempre es bueno y el que quiere cobrar es un malvado. Curioso esto último viniendo de una familia de usureros.
Pero dejemos en claro que no pagar las deudas, repudiarlas constantemente y denunciar a los acreedores tiene un costo: que nadie quiere prestarnos. Si a esto se le agrega que no tenemos moneda, es imposible pensar en el crédito a largo plazo.
Hoy día, cualquier joven que se esfuerza estudiando y trabajando no puede ni siquiera juntar el anticipo para comprar una vivienda propia. Y ni hablemos de conseguir un crédito hipotecario que pueda pagar. Aunque sea un sacrilegio comparar con los 90, lo cierto es que en 1998 el stock de créditos hipotecarios representaba el 20% del total del stock de créditos al sector privado. En la actualidad, con este nefasto modelo, el stock de créditos hipotecarios representa solo el 7% del total de créditos al sector privado. El grueso del escaso crédito se ha destinado a financiar la compra de celulares, televisores y al sector público. Argentina sigue siendo uno de los pocos países en que un televisor se compra en 18 cuotas y la vivienda al contado. Los países normales tienen créditos hipotecarios a 20, 30 o 35 años y las cuotas son pagables por la gente.
Las razones para que los países normales puedan tener crédito hipotecario en abundancia y a tasas pagables son fundamentalmente tres: 1) la gente tiene capacidad de ahorro porque hay inversiones que elevan la productividad de la economía y los salarios reales, 2) hay una moneda estable y 3) se respeta el derecho de propiedad y los compromisos se cumplen. Estos tres elementos permiten tener un mercado de capitales.
¿Para qué sirve el mercado de capitales? Para que haya ahorro de largo plazo que pueda absorber los créditos a largo plazo. Veamos. Los bancos, que son los que suelen prestar los créditos hipotecarios, otorgan esos créditos con los depósitos que reciben. Pero esos depósitos son a plazo fijo o a la vista como es el caso de las cuentas corrientes y las cajas de ahorro. Es decir, el banco hace un préstamo hipotecario a 30 años contra depósitos (su pasivo) que vence a los 3 meses promedio máximo. Está descalzado en los plazos. Si el que depositó en el banco va a cobrar a la ventanilla el banquero le tiene que decir que tiene que esperar 30 años para que recupere el crédito hipotecario.
Para evitar este problema es que existe el mercado de capitales donde el banco vende los créditos hipotecarios que otorgó a un tercero. Se los vende a alguien que tiene ahorros de largo plazo como pueden ser las compañías de seguro o las AFP en Chile. Al vender el paquete de créditos hipotecarios, el banco recupera liquidez y puede hacer los pagos en ventanilla si se presentan sus depositantes.
Por eso es una reverenda brutalidad lo que han hecho con las jubilaciones privadas. Por un lado porque todos los sistemas de reparto en el mundo están quebrados. No da la relación entre los que están activos y pagan un impuesto para sostener a un pasivo (el jubilado) y en segundo lugar porque si existe una jubilación privada cada uno tiene sus ahorros que son de largo plazo y puede, si quiere, absorber los paquetes de créditos hipotecarios. Argentina no tiene inversores institucionales de largo plazo. Y lo poco que hay se lo lleva el estado colocando deuda pública para financiar el déficit fiscal.
Por eso, aunque uno parezca pesado con el tema institucional, hay que insistir porque la calidad institucional no es algo teórico y lejano con que nos entretenemos algunos intelectuales. Tiene una aplicación práctica muy concreta en la vida diaria de la gente. Por ejemplo, sin instituciones no hay posibilidad de crédito hipotecario para que la gente común y, sobre todo, los jóvenes que recién empiezan su vida laboral, puedan tener su propia vivienda.
Algo tan elemental como eso.
Fuente: Economía para Todos