Los expulsados del campo: el dolor de ya no ser. Fernando Bertello

En los últimos doce años, miles de productores tuvieron que abandonar la actividad para dedicarse a otros rubros muy distintos; según un informe de la Rural, entre 2002 y fines de 2015 se perdieron 95.343 empresas agropecuarias.
 
Daniel Ahanduni se hizo heladero, Sergio Procichiani eligió transformarse en parquero de casas de familias y David Albornoz pasó a colaborar en un taller mecánico y al rubro turístico. En tanto, Pablo Sebastián Bruggeman, José Cardinale y Pablo Butler entraron a trabajar como empleados en diversas empresas. Bruggeman como empleado para una granja de pollos, Cardinale como recibidor de granos durante una temporada en la Bolsa de Comercio de Rosario y Butler para una firma de semillas forrajeras.

Todos ellos fueron expulsados del campo en los últimos doce años. Trabajaban como productores. Ahora hacen cosas completamente distintas.

Porque les fue mal varias campañas por cuestiones climáticas, quedaron endeudados y no pudieron levantarse, perdieron escala para seguir en carrera, se encontraron con una presión impositiva cada vez más asfixiante, trabas a la comercialización y falta de políticas que los rescaten, cientos de productores dejaron de serlo. Y alquilaron o vendieron su campo para meterse de lleno en actividades a las que jamás hubieran incursionado. Lejos del campo, lo hicieron para sobrevivir.

Este fenómeno puede apreciarse detrás de un número que, en realidad, deja entrever historias de carne y hueso de ex productores. Según un informe del Instituto de Estudios Económicos y Negociaciones Internacionales de la Sociedad Rural Argentina (SRA), entre 2002 y fines de 2015 unos 95.343 productores habrán dejado de serlo. Es una cifra apenas menor a los 100.000 que se perdieron en los noventa.

El dato surge de los censos agropecuarios de 2002 y 2008 y de proyecciones en base a una fórmula de cálculo que realizaron en la entidad y que permite llegar a los 95.343 productores menos que coincide con el kirchnerismo en el poder. Así, a fines de 2015 serán 202.000 las empresas agropecuarias que quedarán en pie.

"Entre el censo 2002 y 2008 se perdieron, en promedio, 7723 productores por año, es decir, 21 productores por día", expresó Ernesto Ambrosetti, economista en jefe de la Rural.

El economista aportó otra comparación: "Entre 2008 y fines del 2015 estimamos que han desaparecido, en promedio, 7000 productores por año, es decir, 19 productores por día, un 10% menos que entre 2002 y 2008".

En el mundo entero hay una tendencia a la concentración en todos los sectores productivos. Sin embargo, aquí corre más rápido que en otros países.

En la Argentina, las políticas adversas han acelerado la concentración con la salida de productores del campo. Ambrosetti resumió algunas de esas "políticas adversas": retenciones, falta de competencia en los mercados por trabas a las exportaciones, falta de ajuste por inflación, ganancia mínima presunta y otros tributos, alto costos de insumos clave y distorsión de precios relativos, altos costos del transporte y una participación del Estado en la renta agrícola que supera el 95 por ciento.

Desde 2002 hasta la actualidad, uno de cada 20 productores que salieron de la actividad son productores tamberos. Esto tuvo un impacto social importante. "Son más de 5000 familias o 15.000 personas que dejaron la actividad", remarcó Ambrosetti.
En persona

Haber salido de la actividad agropecuaria es frustrante para muchos. Habían recibido el campo de sus padres o abuelos y pasaron gran parte de su vida allí. Es el dolor de ya no poder y de ya no ser.

"Venía para atrás y veía que ya no se podían pagar los alquileres. ¿Cómo iba a seguir trabajando así?", contó Sergio Procichiani. Oriundo de Empalme, en el departamento santafecino de Villa Constitución, producía en unas 300 a 400 hectáreas alquiladas. Además, lo hacía en 25 hectáreas de su propiedad.

Pero cuando empezó a comprobar "que los números no daban" ahí optó por salir de la actividad. "Abandoné el campo porque vi que ya no era negocio", señaló este ex productor.

En rigor, Procichiani se desprendió de cinco hectáreas para cancelar deudas y el resto las dio en alquiler.

"No podía seguir alquilando afuera porque si continuaba iba a perder las hectáreas de mi propiedad que quedaban", ilustró.

Desde 2012 está de lleno en otro rubro: es parquero. "Corto el parque en casas de familia. ¿Para qué iba a seguir renegando con el campo?", se explayó. Procichiani confió que vive tranquilo con su nueva actividad. "Me da trabajo mucha gente de confianza", reveló.

Cree que si el sector sigue sufriendo la crisis que lo aqueja, por la pérdida de rentabilidad y la presión impositiva, "el campo se va a terminar" porque "la gente de campo no puede más".

El caso de José Cardinale, de Alcorta (Santa Fe), también es sintomático de lo que vino sucediendo en los últimos años. Tenía un criadero de cerdos con unas 30 madres en un campo de unas 100 hectáreas de propiedad junto a otros hermanos, hoy alquiladas.

"Vendí las madres porque con esa escala no era rentable producir y reinvertir. Por los costos, tenés que tener un criadero más grande. También intentamos sembrar, pero no daba tampoco por la escala", afirmó.

Este año, Cardinale trabajó contratado como recibidor de granos en la Bolsa de Comercio de Rosario. Aguarda que le salga otro trabajo. "Hoy es imposible mantenerse con la actividad del campo. No es bueno no poder trabajar en el campo", concluyó.

Daniel Ahanduni: "En la heladería vimos una alternativa a la crisis"
 


Licenciado en administración agropecuaria, estaba a pleno en la empresa familiar en la zona del este de Salta. Manejaba la parte administrativa y tenía injerencia en la siembra y la trilla. "Era en lo que me había especializado", recordó. Sin embargo, las cosas empezaron a complicarse. En 2013, en medio de una intensa sequía, la cosecha quedó cerca de ser cero. "Pasamos de producir 9.000.000 de kilos a 900.000 kilos en toda la empresa. La pérdida fue del 90% de lo que producíamos", explicó. La firma tomó créditos para pagar a proveedores, pero 2014 volvió a presentarse seco y, encima, con mayores costos. La situación empeoró. Al final, vino una decisión dura: desprenderse de capital para el pago de compromisos, lo que significó resignar 100 hectáreas, camiones y maquinaria.

También sobrevino una reorganización. Dos de sus hermanos quedaron ligados a la actividad, pero Daniel y otro hermano decidieron que su camino estaba en otro lugar, ya no en el campo. "Debido a la situación, a que los números no eran buenos y la situación empeoraba, abrimos la cancha para otro lado con mi hermano y pusimos una heladería. Fue una manera de ver una alternativa que no sea del campo", señaló.

Ahora tienen una heladería en Las Lajitas y en otras dos localidades de la región. "Nos va bastante bien", ilustró Ahanduni, a quien no obstante en la empresa familiar lo suelen consultar como un asesor externo en temas financieros. "Me hubiera gustado seguir con la actividad agropecuaria porque es en lo que me especialicé. Hay un contexto internacional desfavorable, pero si sacaran las retenciones la cosa cambiaría un poco. El Estado es socio en las buenas pero en las malas se olvida", indicó.

David Albornoz: "Cuando llegaba al final de una campaña debía más que antes"



"Cuando llegaba al final de la campaña debía más que antes", resumió este ex productor. Hasta hace siete años, manejaba 68 hectáreas propias a unos 30 kilómetros de Victoria, Entre Ríos, y alquilaba a terceros con lo cual trabajaba en total unas 400 hectáreas. Dice que se fundió trabajando. Arrastraba deudas de varias campañas y tenía refinanciaciones para afrontar. "No acompañaba el tiempo, tampoco el precio, los insumos y la falta de crédito para sembrar. Cuando llegaba al final de la campaña debía más que antes", rememoró. En este contexto, decidió vender 40 hectáreas "para pagar todas las cuentas".

Este ex productor llegó a esa situación por lo que sintetiza como un problema de "sistema".

"El mismo problema de ahora estaba hace siete años", opinó. "El problema está en el sistema, donde no hay rentabilidad suficiente", agregó.

Canceladas las deudas, luego vino el desprendimiento de otras 20 hectáreas, pero para cambiar de actividad. En rigor, con el dinero de la operación se compraron unos departamentos en la ciudad de Colón para alquilarlos a turistas. Se vinculó con el turismo siguiendo los pasos de un amigo que le había recomendado este rubro. "Esto anda mejor, aunque no es para hacerse millonario", remarcó. Su esposa sigue el día al día de la actividad

¿Está contento con el cambio?, le preguntó LA NACION. Albornoz respondió: "No estoy contento porque uno se crío en el campo y lo ama. Dejé más de 40 años de mi vida en el campo. Mi padre ya lo hacía. Me queda el gusto amargo de dónde cometí el error".

Además del nuevo rubro, Albornoz se metió a colaborar en talleres mecánicos.

Pablo S. Bruggeman: "Todo se hace complejo con una escala pequeña"
 


"No me puedo quejar", expresó Bruggeman. Y no lo dijo por el campo, sino por su nuevo empleo: está en una granja de pollos en la zona de Aranguren, Entre Ríos.

Es otro ex productor. Trabajaba 50 hectáreas de una empresa familiar para ganadería y alquilaba otras 30 hectáreas. Con la sequía de 2008 y tras la muerte de su padre, el rumbo de la firma se empezó hacer cuesta arriba. Bruggeman percibió que la empresa había quedado con una escala muy chica como para continuar adelante. Lo que vino fue un proceso que repitieron otros productores: alquilar el campo. Decidió salir de la actividad, mientras que su hermano se quedó con una parte para ganadería.

"Primero fue mi a trabajar para otra gente en una empresa agrícola y luego pasé a manejar la pulverizadora de un vecino que presta servicios. Al final, conseguí otra cosa y desde marzo estoy trabajando para una granja de pollos", relató.

Como empleado, sus funciones son andar por los galpones viendo los pollos, que no les falten comida, agua y controlar la temperatura en el lugar. Está en la crianza del pollo, desde que ingresa como pollito hasta que viene un camión a buscarlo para llevarlo a un frigorífico avícola. En esa zona, según contó, la mayoría de las granjas trabajan en un sistema integrado. "No me puedo quejar. Acá trabajo nueve horas diarias y tengo cobertura social con aportes. En los otros trabajos estaba tipo changarín", resaltó.

Bruggeman analizó que la escala de su campo había quedado demasiada pequeña. "Con una escala tan pequeña todo se hace complejo para un productor", se lamentó.

Pablo Butler: "El Estado se llevó ganancias, yo sólo pérdidas"
 


"Fui productor tres años y salí por cuestiones económicas. Me fue mal. Además de que la situación económica no ayudaba, me devastó la sequía. Hoy trabajo para un semillero como empleado", sintetizó Butler.

Hace unos años, este ex productor decidió apostar por la siembra alquilando campos en Salta. Tomó ese camino luego de haber trabajado para otro semillero. Quería producir. "Empecé a sembrar por mi cuenta y no me fue bien. De 1500 hectáreas, por la sequía coseché 300 hectáreas. Esa primera campaña que tuve fue mortal", enfatizó. Pese al golpe, Butler quería recuperarse. Sin embargo, hubo otro año complicado en materia climática.

Al final, dejó de ser productor el año pasado. Pero aun hoy arrastra consecuencias. "Todavía tengo deudas que estoy pagando por insumos, maquinaria que había comprado", remarcó.

Butler ahora se desempeña como empleado en la parte comercial de Forratec (forrajeras) para el NOA. "Esto es más estable; tuve la suerte de conseguir este trabajo", señaló.

Este ex productor se lamentó por la falta de apoyo oficial para que quienes soportaron una situación similar a la suya pudieran afrontar la crisis.

"Si bien las complicaciones climáticas fueron las causantes del desastre, el apoyo estatal no existió, solo imposiciones que dificultaban poder superar las complicaciones climáticas. Igual hoy habría quedado afuera del sistema pues las retenciones y el no poder usar el tren para abaratar el flete son asfixiantes. Se arriesgó mucho. El único que se llevó ganancias fue el Estado; sólo hubo pérdidas y fundición para mí", expresó.