Argentina y Ruanda, el sorprendente juego de las diferencias


Rodolfo Terragno

Hace 24 años, en Ruanda, una guerra civil dejó 800.000 muertos y 300.000 mujeres violadas. Fue un infierno de ejecuciones masivas y violaciones que, al mismo tiempo, humillaban y sembraban terror.

Hoy Ruanda es uno de los estados más pacíficos de África. Y el único país del mundo donde la mujer es mayoría en el Parlamento. De cada 100 legisladores, 64 son mujeres.

En el “Índice Global de Brecha de Género 2017”, del World Economic Forum, Ruanda aparece entre los países con menor desigualdad de género. Cuarto. Sólo la superan Islandia, Noruega y FInlandia. Women Political Leaders (WPL), que brega por los derechos políticos de la mujer en el mundo, tiene sus oficinas africanas en Kigali, la capital ruandesa.

Ruanda se destaca, además, como uno de los países más seguros del mundo. Así figura en el “Informe Global sobre Ley y Orden” de Gallup. Y Kigali se ha convertido en un polo de atraccióncientífica.

Allí está la sede del “Next Einstein Forum” (es decir, el foro del “próximo Einstein”), que congrega regularmente a científicos jóvenes y brillantes de toda África. En la última edición, la mitad tenía menos de 42 años.

El año pasado tuvo lugar en Kigali la “Quinta Conferencia de la Sociedad para el Avance las Ciencias en África” (SASA), junto con la “Segunda Conferencia de Biotecnología”, organizada por la Universidad Nacional de Ruanda. Uno de los temas centrales fue la “medicina de precisión”, de base genómica, que hace diagnósticos moleculares y arma terapéuticas “a medida”, para cada paciente.

Por otra parte, hace unos días concluyó en Ruanda la “Interest Conference”, que reunió a científicos especializados en prevención, patogénesis y tratamiento de HIV. La salud pública, como la educación pública, ha hecho grandes avances en ese país.

Ruanda no es Utopía. Hay allá, también, desventuras y conflictos; carencias e injusticias; rémoras y obstáculos. Pero el país, que pretende ser “el SIngapur de África” crece sin cesar, tanto económica como socialmente, a partir de su unidad.

Una líder parlamentaria ruandesa lo explica de este modo: “Nosotros vivimos siempre divididos: los del norte contra los del sur, los hutus contra los tutsis [las dos etnias que protagonizaron la guerra civil de 1994], pero la vida nos ha enseñado que las exclusiones destruyen y la inclusión nos abre horizontes”.




Es importante analizar la asombrosa evolución de ese país: demuestra que, aun cuando haya sufrido las peores circunstancias, una sociedad puede archivar sus dramas y buscar la grandeza.

No estamos hablando de un país milenario y poderoso como Japón, que se repuso del feroz genocidio de Hiroshima y Nagasaki y renació de sus cenizas, pacíficamente, como una de las mayores potencias del mundo.

Estamos hablando de una antigua colonia belga, que nació a la vida independiente hace poco más de medio siglo, sumida en la miseria y las luchas étnicas.

En la Argentina se ha extendido una falsa idea: muchos creen que, si en el país se dan graves problemas y penurias, la forma en que reacciona nuestra sociedad es la única posible. Como si, ante iguales problemas y penurias, cualquier otra sociedad fuera a reaccionar de la misma forma.

No es cierto. Ante circunstancias idénticas, unas sociedades se consumen en odios, otras caen en un estado depresivo, y otras protagonizan un caos. Unas olvidan y otras no pueden olvidar. Unas desarrollan un espíritu de grandeza y otras se quedan rumiando impotencia.

Los titulares del diario ruandés New Times no tienen nada que ver hoy con los de hace dos décadas. Es como si unos se refiriesen a un país y los otros a un país distinto. Y en cierto sentido es así.

No pasa lo mismo entre nosotros. Aunque 1983 marcó el fin de una dictadura sanguinaria y alimentó las ilusiones de una Argentina resplandeciente, los titulares de hoy demuestran lo poco que hemos cambiado.

SI tomamos un diario de décadas atrás y no nos fijamos en los nombres propios, podemos creer que es un diario de hoy. Los titulares hablarán de crisis económica, y darán cuenta de acusaciones, intolerancia, internas, corrupción, cortes de calles, manifestaciones e inseguridad.

Es cierto que supimos crear, contra todos los pronósticos, una democracia estable, dejando atrás para siempre los planteos militares y los golpes de Estado. Es cierto que pudimos evadirnos de la hiperinflación. Es cierto que no caímos en el precipicio que, en 2002, parecía inevitable.

Pero eso no alcanza, y cada vez que reaparecen los problemas, los tratamos como si fuéramos incapaces de resolverlos.

Se dramatiza lo que se vive y se multiplican los desasosiegos. Los ejemplos de las tragedias que otros superaron, y de los dramas que nosotros mismos dejamos atrás, deberían enseñarnos que siempre hay una salida.

Depende, en gran medida, del modo en que vivamos las crisis. La solución de los problemas sociales dependen a menudo de los gobiernos, pero pueden quedar sin solución o tenerla según sea la reacción colectiva.

El pesimismo, la irritación y la queja no permiten salir de laberintos.

La profecía autocumplida suele ser determinante de la suerte de individuos y sociedades. Si alguien “decide” que va a triunfar en algo, puede pasar una de dos cosas: que lo logre o no. Pero si “decide” que va a perder, pasa una sola: pierde. Es que las acciones están sujetas al ánimo con el que se las emprende.

La sociedad ruandesa decidió que va a ser “la Singapur de África”. Pueden pasarle dos cosas: ganará su apuesta o no. Pero si hubiese decidido que nada iba a cambiar, que las luchas étnicas no tendrían fin, que no hay diferencia entre unos dirigentes y otros, se habría quedado en la indeseable Ruanda del pasado.

La voluntad es siempre parte del éxito. No lo alcanzan los gobiernos que se creen víctimas impotentes de factores externos. Tampoco las sociedades que se consideran víctimas impotentes de sus gobiernos. Es la lección que aprendieron los ruandeses.

* Rodolfo Terragno es político y diplomático