No es momento para pequeñeces

Hector Huergo

Hoy (por el sábado 30/07) será un día muy especial. Después de 15 años, un Presidente de la Nación participará de la inauguración de la Exposición Rural de Palermo. Su presencia corona una fuerte presencia de la conducción oficial del área durante los quince días de esta muestra tan especial, en la que la Sociedad Rural Argentina celebra sus 150 años de vida.

Se respira otro aire. El Ministerio de Agroindustria repuso su stand, con todos sus organismos. También volvió el Banco Nación, que no solo había desaparecido de Palermo, sino que le negaba el crédito a los productores que conservaban parte de su cosecha de soja. Pensaban que ello los obligaría a vender su mercadería. El resultado fue la recesión en la industria de maquinaria agrícola, tremendamente crédito-dependiente.

Pero este no es un momento para pequeñeces. Es también el año del Bicentenario de una Nación que encontró una vertiente inagotable en la explotación inteligente de sus enormes recursos naturales. En pocos años, organizamos las colonias, las estancias, los ferrocarriles, los frigoríficos. Fuimos durante años amos y señores en el mundo de la carne de calidad. Nos convertimos en granero del mundo, como simple subproducto de la necesidad de domar las tierras vírgenes y dar paso al refinamiento de la alfalfa y los Tarquinos.

Nacimos y crecimos de la mano de la reina de las proteínas animales. Perdimos el rumbo, y con inhábiles golpes de timón terminamos no solo destrozando el negocio, sino rompiendo el contrato social entre nuestros productores y los consumidores locales. La ideología de los alimentos artificialmente baratos, como fórmula para sostener salarios bajos y así desarrollar otras industrias consideradas más plausibles. Resultado, la grieta.
 
Durante algunas décadas, el mundo no ayudó. A los países industrializados les resultó fácil sostener su expansión agrícola, a base de subsidios. Hubo excedentes, sobraban vendedores y faltaban compradores. Al despuntar el siglo XXI, irrumpen nuevos consumidores, en los países emergentes, ávidos por transitar de dietas ricas en féculas, a las proteínas animales. Para producirlas, hacían falta maíz y sobre todo, soja. Son los productos que supimos desarrollar. Los que incorporaron masivamente los atributos de la biotecnología, la nutrición vegetal, y técnicas de enorme raigambre local como la inoculación de la semilla con maravillosas bacterias fijadoras de nitrógeno. Hoy, empresas argentinas exportan este conocimiento a las principales potencias agrícolas, incluyendo a los Estados Unidos.
 
China es la locomotora de la nueva demanda. Hace veinte años, era autosuficiente en soja. Hoy importa 70 millones de toneladas, por un valor de 30 mil millones de dólares. Para sus cerdos, aves, vacunos y todo bicho que camina y va a parar al asador. Pero no les alcanza. El año pasado, se hicieron de la líder estadounidense en cerdos, Smithfield Co, después de pagar 6 mil millones de dólares. Fue la mayor adquisición de una empresa norteamericana por parte de una china.
 
También se anotaron los porotos (de soja) en el trading, con la compra de Noble y la mitad de Nidera. Compraron el Standard Bank a los sudafricanos, creando el ICBC, protagonista fuerte en el financiamiento al sector agroindustrial. Ahora vienen por la carne vacuna, esta vez, en Sudamérica, donde está el mayor potencial de crecimiento. Ya adquirieron frigoríficos en Uruguay y Argentina. También recibieron con los brazos abiertos inversiones asociativas de empresas de punta, con el objetivo de apuntalar el crecimiento de su propia producción animal. Es el caso de la planta de vacunas que Biogénesis está inaugurando en estos días en pleno territorio chino.
 
Así nos encuentra el Bicentenario. Así, mirando un horizonte esperanzador, podemos celebrar, hoy, los 150 años de un sueño que vale la pena sostener.