Al revés de la era K, hoy todo está sobre la mesa. Walter Giannoni

La profundidad de la crisis económica y su correlato en el nivel de actividad todavía está en plena discusión a nivel empresarial.

La corrupción kirchnerista, expuesta dramáticamente con valijas llenas de dólares, irrumpió en esa escena y, por momentos, desplazó la inquietud. Pero el tema está ahí, quizá como un reflejo del invierno que promete dinamitar el consumo de la clase media, por los recursos que se llevarán los ajustes tarifarios.

A la inversa de lo ocurrido en gran parte de la última década, donde las polémicas se eludían para evitar confrontar con los funcionarios que controlaban dispositivos sensibles, como la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) y la Aduana, ahora todo está sobre la mesa.

A Mauricio Macri, por ejemplo, le critican recurrentes marchas atrás en sus medidas. El último eslabón de esa desprolijidad fue el tope a la suba del gas.

Pero aun así se le reconoce al Gobierno que hace lo que debe hacer: reconstituir los precios relativos y volver a ponerles horizonte a muchas actividades.

La primera es el campo, que, en coincidencia con el fin de la cosecha gruesa, comenzó a reaccionar con fuerza como dinamizador de la economía. Las concesionarias de automóviles pueden dar fe. La Toyota Hilux es el vehículo más vendido del momento: una camioneta de más de 500 mil pesos.

La industria volvió a mostrar indicadores de caída: 2,3 por ciento en el primer cuatrimestre, según la UIA, y 4,7 por ciento si no se tiene en cuenta la molienda de oleaginosas. ¿Es mucho o es poco? Comparado con 2002, la mayor crisis de la historia del país, es menos de lo que podría ser.

El punto es que algunos sectores tuvieron derrumbes más acentuados. La producción de acero y de cemento, por ejemplo, está 18 y 14 por ciento abajo, respectivamente. La buena noticia, sin embargo, es que con Brasil en crisis las empresas posaron sus estrategias en otros mercados.

Cuando se disecciona el mundo empresarial, también hay discrepancias sobre cómo pararse hoy.

Ejemplo: la hotelería cordobesa puso el grito en el cielo por la suba del gas natural y alertó por el impacto en el turismo. Pero la mitad de los hoteles que usan gas están en la Capital y no viven de los turistas que buscan descanso y paisaje, sino del público que va a Córdoba por otros motivos.

“¿Viviste 10 años de tarifas regaladas y ahora querés culpar a Macri de sincerar parte de ese costo?”, le reclamaba la semana pasada en un evento un empresario turístico a un hotelero.

Con el GNC, sucede algo similar. Las estaciones de servicio pagaban el gas al mismo precio que el que sale por las hornallas. El Gobierno las llevó al umbral de la industria. Es verdad que el GNC es un regulador del mercado ante los combustibles líquidos, pero no hay en la actividad un solo protagonista que no supiera que este “Rodrigazo” ocurriría.

Como siempre en las crisis argentinas, el hilo se corta por lo más delgado. Son las pequeñas empresas las que más ansían el reverdecer del consumo.

Como cerca, algún brote recién se verá entrada la primavera. Pero cada vez hay más datos de que esa germinación está efectivamente en proceso, impulsada por la infraestructura pública y por el campo.