Hay que pensar en grande. Héctor Huergo

Imaginemos por un momento que la humanidad tiene razón en esto del cambio climático. Imaginemos que es correcto que el cambio climático tiene que ver con el aumento del tenor de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
 
Imaginemos también que están en lo cierto algunos científicos de relieve, como Vicente Barros, quien desde hace años sostiene que el cambio climático se expresa con especial virulencia en estas pampas. Y que este manto ominoso de agua que cubre millones de hectáreas preñadas y a punto de parir un cosechón de soja y maíz tiene que ver con un fenómeno nuevo. Ya no alcanza con la definición de “año Niño” o “año Niña”. Estos eventos se subsumen en el nuevo paradigma del cambio climático global, del que lo único que sabemos, por ahora, es que van a ser cada vez más extremos.
 
La tarea primordial, ahora, es salvar la cosecha. No hay muchas herramientas, porque a pesar de que todos sabían que se venía un otoño llovedor, la logística no está preparada para situaciones como ésta. Agobiados por la exacción de la década ganada, pocos tomaron la previsión de, por ejemplo, equipar sus cosechadoras con orugas. Quienes quisieron hacerlo, tropezaron con el gobierno K, que retuvo en aduana varios juegos traídos por un importador desde Canadá.
 
Algunos pusieron duales y hasta triales. Y todo en un marco donde el escaso crecimiento del parque de cosecha impide aprovechar a pleno las pequeñas ventanitas de buen tiempo de este otoño. Falta de caminos, camiones que se encajan, esto iría derecho al desastre de no ser por la genialidad del silobolsa. Desde el INTA de Manfredi, los muchachos de Bragacchini bajaron línea muy interesante para luchar con la humedad y el barro. Documento de consulta indispensable (está en la web del INTA), que permitirá salvar muchos miles de toneladas. Sobre todo, pensando en que esta situación se repetirá, alternando con períodos secos que también serán más agudos.

La situación nos lleva a la necesidad de re-pensar todo. No podemos encarar el futuro desde el mangrullo de los viejos paradigmas. Va a cambiar la agricultura, pero también la ganadería. En particular, la vapuleada lechería, que padece la tormenta perfecta. Suba de costos, fuerte caída de los precios internacionales, y ahora un mes de lluvias e inundaciones. Nos debemos un debate acerca de cuál es el rumbo tecnológico de esta actividad frente al nuevo escenario climático y la creciente oferta tecnológica.
 
Más allá de la necesidad de elaborar nuevas propuestas que permitan pelearle al clima que viene, también hay que recalar en las obras que permitirán manejar el agua. Hace pocos meses, frente a las inundaciones en la provincia de Buenos Aires, convocamos desde estas páginas a tomar contacto con la ingeniería de los Países Bajos, amasada durante 800 años de lucha contra los embates del mar. Invitados por autoridades holandesas, en noviembre pasado recorrimos la ría de Rotterdam, bordeada por miles de hectáreas con praderas, cultivos e invernáculos bajo riego, seis metros bajo el nivel del mar… “Se puede”, pensamos.
 
Sí, se puede. Las autoridades de la provincia de Buenos Aires ya tomaron contacto con funcionarios y técnicos de Países Bajos. La prioridad, en primera instancia, está puesta en resguardar a pueblos y ciudades. Sería una pena que sólo quede ahí. Hay millones de hectáreas en todo el país que podrían recibir todos los atributos de la nueva tecnología agrícola (y ganadera, que depende cada vez más de la agricultura). Una cosa era la Cuenca del Salado hace 30 años, cuando todavía no existía la biotecnología, ni los híbridos simples de maíz, ni la genética de alto potencial del trigo francés. Más todo lo que viene. En este escenario, pensar en un simple manejo de “humedales” implica aceptar un fenomenal lucro cesante.
 
Hay que pensar en grande.