Argentina, la atracción de Latinoamérica. Mariana Camino

Durante la última década, Latinoamérica se benefició del ciclo de crecimiento más importante de su historia, de la mano de un escenario externo inmejorable. Haber logrado semejante performance de expansión durante ese período y en un escenario de estabilidad fue una verdadera novedad para la región, tras una historia económica signada por ciclos de quiebres y crisis.

En este marco, América Latina se convirtió en un centro de seducción de inversiones de carácter global, captando casi un tercio de los flujos de capitales destinados a las economías emergentes. Las principales inversiones se destinaron a los sectores primarios (agro, energía y minería), grandes protagonistas de este ciclo, aunque las manufacturas y los servicios fueron ganando protagonismo.

Lamentablemente, el huracán ha perdido su vigor: China se desacelera, el dólar se aprecia en el mundo, y se redujeron los precios de los commodities, aunque desde una perspectiva histórica siguen siendo elevados. Mientras tanto la vecindad observa con preocupación la crisis económica y política de Brasil. En este nuevo marco, la región apenas logró un equilibrio ajustado en 2015 (con una caída del PIB de 0,25%) y no hay dudas de que este año la dinámica será similar.

¿Es posible encontrar oportunidades de inversión en un contexto ya no tan auspicioso? Sabemos que sí. Es que parva recuperar el crecimiento, las economías de la región deberán aprobar exámenes rigurosos, lo que no será posible si no “hace los deberes”.

En este marco, la gran asignatura pendiente se centra en mejorar la competitividad por la vía de la productividad: la región resulta muy poco competitiva en relación al nivel internacional, con normativas institucionales y regulatorias débiles, fuertes déficits de infraestructura, bajos niveles de ahorro e inversión, y exportaciones altamente concentradas en productos básicos. Una combinación de factores extremadamente negativa para economías en progreso. Entonces, será indispensable que se concreten inversiones en áreas clave como la energía, la red vial ferroviaria, fluvial y las telecomunicaciones, si es que se pretende impulsar la competitividad de manera sostenible. En simultáneo, la estrategia de comercio internacional deberá contemplar la conquista de nuevos mercados como vértice para el crecimiento de las exportaciones, lo que exigirá implementar estrategias para incrementar las capacidades productivas que permitan a la región insertarse en las cadenas regionales y globales de valor.

Este será el espejo en el que se reflejará Argentina durante los próximos años. Y donde es esperable que adquiera un rol sobresaliente, dado el giro político, pero especialmente económico experimentado tras el cambio de gobierno. A nivel local, las oportunidades abundan: nuestro país no sólo posee la ventaja de contar con valiosos recursos naturales como la energía y la minería, sino que además tiene un enorme potencial en sectores en los que es referencia regional (como el automotriz, la metalurgia y la química), y en la industria del conocimiento.

Argentina presenta hoy una economía que salió del default, se liberó del cepo, posee un Banco Central independiente y metas claras de reducción del déficit fiscal. Pero aún convive con una inflación elevada y marcos regulatorios y jurídicos deteriorados que desalientan la llegada de capitales de riesgo. Resolver estas asignaturas pendientes deberá ser la tarea inmediata del gobierno, además de exhibir con claridad los lineamientos sustanciales de su proyecto de crecimiento, especificando los sectores prioritarios, los actores centrales y las normas de regulación que impulsarán el desarrollo. Esta hoja de ruta se suma a la agenda común que deberá poner en marcha la región.

A su vez, aprovechar esta potencialidad requerirá del aporte de un empresariado comprometido en agregar valor y solidez a una nueva etapa de desarrollo sostenido. Un empresariado atento a analizar su actividad en una economía abierta, ágil para reconvertirse, capacitado para una competencia de varios frentes y que asuma los riesgos adecuados a una nueva matriz de negocios, con reglas de juego claras y no discrecionales, como en los últimos años.

La Argentina confía en que su dirigencia privada acompañará este proceso de crecimiento, porque ha demostrado su capacidad de reconversión, su habilidad para sortear crisis y sobre todo, porque sus propias expectativas de desarrollo impactan en la economía.

Ahora se impone un cambio de paradigmas que demanda una sinergia proactiva y ágil entre el sector público y el privado que genere una nueva cultura de relacionamiento y gestión. Sólo así, Argentina volverá a capitalizar el interés internacional.