El Pacto de la Moncloa argentino debe resistir la tentación de ser otro relato. Fernando Gonzalez

No es necesario plantear por enésima vez el Pacto de la Moncloa en la Argentina. Lo anunciaron Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Eduardo Duhalde y Cristina Kirchner pero ninguno lo cumplió. En el caso de la ex presidenta, lo dibujó con lujo de detalles en su cierre de campaña electoral en 2007 pero a los tres meses estaba denunciando una conspiración de los productores agropecuarios y todo quedó en la nada. Por eso, ahora el principal desafío del nuevo gobierno es contener la inflación. Si Mauricio Macri quiere establecer metas para moderar la suba de precios, deberá avanzar en serio en un acuerdo de gremios y de empresas similar a aquel instrumento histórico de la España post franquista que equilibre los aumentos de los bienes de consumo y la recomposición de los salarios. Esa ecuación es la que determinará mejor que ninguna otra si el arranque de la gestión Cambiemos es exitoso o si desperdicia el primer intento, el que siempre cuenta con mayor respaldo político de la sociedad.

Para lograrlo deberá reponer mediciones de inflación creíbles en el Indec. Y deberá resistir las tentaciones de construir un nuevo relato. Ayer, en Paraguay, el presidente del Banco Central (Federico Stuzenegger) dijo que la salida del cepo no se hizo con una devaluación sino con una apreciación del peso. Una cosa es salir de una trampa económica que llevó al país al desastre y otra muy diferente buscar eufemismos para edulcorar el eventual impacto inflacionario de la devaluación. El camino por delante es arduo y todos lo sabemos, pero lo será mucho más si no se transita con la verdad.