Los símbolos del populismo se despiden; llegan los del porvenir.Gabriel Palumbo

Para algunos, la política no es una cuestión de ideas. Se reduce a un trabajo práctico en el que les va mejor a los que entienden que su naturaleza es vil, agonal e insatisfactoria. Son los mismos que suelen creer que el pensamiento imaginativo sobre un escenario cualquiera no puede tener otro destino que convertirse en una banalidad sin consecuencias. 
Reducir la política a esas dimensiones es, en el caso argentino, una concesión importante al populismo, casi una declaración de victoria. Al mismo tiempo, es faltar al reconocimiento acerca del vigor del sentimiento de cambio y del peso que este tuvo al momento de configurar electorados, tanto en primera como en segunda vuelta.
Ese cambio, proveniente de la ciudadanía y luego reinterpretado con eficacia por los políticos profesionales, proviene de una esfera cultural que pone en duda esquemas analíticos.
El populismo pretendió anclar las visiones sobre lo político en el pasado, generando una simbología sacrificial, trágica y épica. La contestación que los electores corporizaron en el nuevo gobierno de Cambiemos va a necesitar la construcción de una serie de símbolos relacionados nítidamente con el porvenir.
La eficacia del próximo gobierno reside mucho más en esa capacidad que en la de la política como ejercicio conservador de negociación más o menos espuria.
Macri es el presidente que llega a ese lugar con la menor cantidad de promesas concretas y cuya generación de expectativas es particularmente baja. Nadie cree que Macri sea un estadista ni que venga a salvar a nadie. Afortunadamente, el próximo presidente y quienes integran Cambiemos se han mostrado como personas normales que hacen de la política su profesión y cuya mayor virtud es reconocer esta situación y generar equipos y lógicas decisionales para tratar de superar problemas.
La primera conferencia de prensa de Macri, coral y con participación de la prensa, marcó un primer síntoma de distinción. Ya no es la palabra única, sacralizada e inefable del viejo representante de la política. Ese solo cambio genera más interés que, por ejemplo, la capacidad para arreglar con los sindicatos.
Gabriel Palumbo 
Politólogo (UBA)