La campaña sucia le funcionó a Dilma pero jamás tuvo éxito en la Argentina. Fernando Gonzalez

Campañas sucias hubo en todas las épocas y en muchos países del mundo. La disputa por el poder despierta los peores instintos de los candidatos y de sus equipos de colaboradores. La desesperación los lleva a contratar expertos y a pagarles honorarios millonarios para intentar que una buena campaña sucia consiga el resultado que las propuestas y los méritos personales no pudieron lograr.
Complicado por el resultado electoral del 25 de octubre, Daniel Scioli está recurriendo a técnicas de campaña sucia para aventajar a Mauricio Macri en el ballottage del 22 de noviembre. La ministra bonaerense, Silvina Batakis, señaló en twitter que la gobernadora aún no asumida, María Eugenia Vidal, va a echar a dos mil profesionales en la provincia. La embajadora en Londres, Alicia Castro, usa comunicados de la Cancillería para advertir sobre supuestas posiciones antiargentinas de Macri sobre Malvinas. El senador Daniel Filmus, habitualmente moderado, arriesga que Macri va a perjudicar a los científicos del Conicet. Asustan a los beneficiarios del plan Pro.Cre.Ar a través de Facebook y ayer ocuparon el espacio del entretiempo del partido de Boca en la TV pública para relacionar a Macri con José Martínez de Hoz, quien fue ministro de la última dictadura militar. Si la campaña sucia es repudiable, lo es mucho más cuando se lleva a cabo con las herramientas del Estado que pagamos todos los argentinos.
La campaña sucia sí le dio buenos resultados a Dilma Rousseff el año pasado, cuando logró aventajar por tres puntos a Aecio Neves en el ballottage para la elección presidencial en Brasil. Acusó a su oponente de preparar un ajuste de la economía brasileña, ajuste que luego ejecutó ella como presidente reelecta y la tiene ahora al borde del juicio político. En la Argentina, en cambio, los antecedentes de la campaña sucia no son exitosos. Eduardo Angeloz la intentó contra Carlos Menem pero igual fue derrotado. Y Menem la aplicó contra la Alianza, también con idéntico resultado.
El 25 de octubre, la sociedad transmitió un poderoso mensaje de cambio. Pidió, en su mayoría, terminar con la intolerancia, con el fraude estadístico y con otras prácticas que deterioraron el final de la gestión kirchnerista. Parece difícil que cualquier campaña sucia de cualquier candidato pueda quebrar esta tendencia en ascenso.