El fin del productivismo trucho. Maximo Merchensky

Durante más de una década, el relato presumió de propiciar un modelo productivo de matriz diversificada. La verdad es que, como balance del ciclo kirchnerista, tenemos al final un modelo estatista y fiscalista, de matriz subsidiada y capitalismo de amigos. Entre sus más extraordinarios logros se cuenta haber pasado del inicial crecimiento a tasas chinas con tipo de cambio alto y superávit gemelos, al actual escenario de déficit récord y retroflación: una combinación de inflación, recesión y retraso cambiario, en el marco de una sostenida fuga de divisas.
En los comienzos del modelo (etapa Remes/Lavagna), el productivismo pareció un discurso atractivo. La idea de recuperar la producción local, luego del fracaso de la experiencia neoliberal del menemismo (con su sesgo importador, anti industrial y anti productivo establecido en la paridad uno a uno, fuertemente retrasada), tenía asidero. Había un tipo de cambio alto fruto de la devaluación; inflación controlada por la depresión de precios, tarifas y salarios; y una aceptable capacidad ociosa fruto de varios años de capitalización gracias al dólar barato de la Convertibilidad. Pareció que estaban dadas las condiciones para reconstruir el aparato productivo diezmado durante los noventa.
Pero el gobierno empezó a subsidiar el consumo antes que preocuparse por la inversión (curiosa idea productiva). A recalentar la economía y alimentar la inflación.  A mentir con las estadísticas oficiales. A atropellar al Banco Central. Y a partir de cierto punto, se empeñó en ofrecer un compendio de mala praxis en materia de política económica: altísima presión fiscal; maraña de subsidios cruzados; controles de precios y las obvias distorsiones de precios relativos; déficit y emisión descontrolada, cepo cambiario y media docena de tipos de cambio (pero fuerte retraso del tipo exportador); regulaciones, registros y todo tipo de trabas a las actividades económicas; deterioro de la calidad de los servicios públicos; un Estado caprichoso y altamente ineficiente; y un largo etcétera.
El productivismo resultó, en definitiva, la excusa para una parafernalia de estatismo berreta, populismo ramplón, abusos de poder, corrupción y capitalismo de amigos, a los que la sociedad dio la espalda en las últimas elecciones. Frente al ocaso de esta idea, vale la pena recuperar el concepto más abarcador del desarrollismo.
Algunas reglas del desarrollismo clásico argentino, formulado por Frondizi y Frigerio hace más de cincuenta años, nos indican: 1) La prioridad de la política económica es la inversión, pública y privada, interna y externa; 2) El Estado no debe intervenir en la economía con regulaciones, precios máximos, cupos, cuotas o registros que desalientan la inversión; 3) Todos los precios y tarifas (incluidos los salarios y el tipo de cambio) deben tender a sincerarse; 4) El rol del Estado en la economía es fijar prioridades estratégicas para la inversión; 5) El tipo de cambio alto sólo debe/puede ser un colchón de protección mientras se generan condiciones de competitividad sistémica en la producción local; 6) Cada peso que se gasta en el Estado es un peso que se sustrae a la inversión, por lo que debe optimizarse el gasto público y bajar la presión fiscal; 7) El respeto de las instituciones (i.e. Indec, Banco Central, Poder Judicial) es clave para ofrecer garantías de seguridad jurídica y reglas de juego claras y estables al capital.
Quizás uno de los rasgos centrales del kirchnerismo haya sido el cinismo con el que impostó posiciones caras al progresismo argentino (productivismo, justicia social, derechos humanos, antiimperialismo, anticapitalismo, etc.) para legitimar y llevar adelante un gobierno populista e irresponsable. El gobierno entrante tiene la oportunidad y la responsabilidad de devolvernos al terreno de la normalidad institucional y macroeconómica, como punto de partida para una política seria de desarrollo económico y social.  Después del fin del productivismo trucho, este desafío será un verdadero control de calidad para medir cuánto aprendió la dirigencia argentina del fracaso de las recetas neoliberales y populistas.

(*) Desarrollista en el PRO y miembro del Grupo Manifiesto