Los primeros cien días del nuevo presidente. Dante Sica

Franklin D. Roosevelt llegó al poder cuando los Estados Unidos atravesaban el cuarto año de la Gran Depresión. En un país devastado, era imperioso transmitir capacidad de reacción, generar confianza y optimismo en la ciudadanía y los mercados. Con la sanción de quince leyes fundamentales que encauzaron la economía en los primeros cien días de su mandato, Roosevelt sentó un precedente histórico e inauguró una nueva manera de medir los tiempos de gestión.

Muy lejos de esa era histórica, la Argentina se prepara hoy para un nuevo ciclo político y económico en el que las expectativas aceleran los plazos y en el que deberá definirse cuál será la hoja de ruta que permita recuperar el crecimiento. Habrá que conquistar la confianza perdida por falta de reglas de juego y predominio de la discrecionalidad, restricciones y cepos. Y se tendrán que construir consensos políticos sólidos para acompañar los primeros pasos.

En este marco, los primeros cien días serán cruciales. El próximo presidente enfrentará tres problemas centrales: el primero es una fuerte distorsión de precios relativos, en especial en las tarifas y el tipo de cambio. El segundo, relacionado íntimamente con el primero, es el mix de déficit fiscal de 5 puntos del PBI, que se financia con emisión monetaria y un deterioro de las cuentas externas que provoca una sangría constante de las reservas internacionales. El tercer problema es que los dos anteriores han generado una severa pérdida de competitividad de la economía, con costos elevados que dejan al sector productivo en desventaja.

Esta letanía condena a la Argentina a una tasa de crecimiento de la economía y del empleo baja desde hace varios años, y a una inflación alta que va deteriorando progresivamente el ambiente social, político y de negocios. La opción será la de implementar un programa integral (políticas cambiaria, fiscal, monetaria y de ingresos consistentes) que cuente con un amplio respaldo político. No caben medidas aisladas porque son las que terminan agravando los problemas. La credibilidad es esencial, pero no es fortuita, se construye a partir de la presentación del plan y de los primeros resultados.

El plan de trabajo debe apuntar a las causas de los desequilibrios y no a sus efectos: por un lado, la puesta en marcha de un programa de corrección fiscal que reordene el gasto, reorientando los subsidios a la demanda; en especial en el sector energético, donde se dilapidan recursos que van a sectores que tanto social como territorialmente no los necesitan, y apuntando a preservar a quienes deben contar con ese beneficio.
Habrá que tener una estrategia clara para resolver los problemas de acceso al financiamiento, para solventar el déficit que se heredará y consolidar reservas que permitan eliminar paulatinamente las restricciones a la utilización de divisas, para que la economía empiece a dar señales de mejora.

Luego será el momento de diseñar una política monetaria y cambiaria transparente que dé señales a consumidores e inversores sobre cómo se van a mover los precios en el país. En particular, el precio del dólar, termómetro de la credibilidad en nuestra economía. Pero además habrá que trabajar fuerte en todos aquellos aspectos de carácter sectorial que impactan en las decisiones de inversión. La corrección de los desequilibrios macroeconómicos es importante y una condición necesaria para este objetivo, pero los factores propios de cada sector son fundamentales para dar el impulso final.

Al mismo tiempo, se debe recomponer el sistema de estadísticas, honrar las normas internacionales, encauzar las negociaciones con nuestros vecinos e iniciar el diálogo con los acreedores.

La presentación del programa debe ser inmediata, para que los actores económicos tomen decisiones en el marco de esta nueva etapa y comiencen a recuperar la confianza. Esas iniciativas estarán supeditadas a la fortaleza política del gobierno y a los consensos que construya.

El debate planteado en términos de shock o gradualismo se reduce a la política cambiaria, a la tarifaria, al déficit fiscal y al cepo. En el resto de las asignaturas pendientes sólo cabe una política gradual. Pero el gradualismo no es postergar lo que se puede definir hoy. Es secuenciar medidas que sean económica, política y administrativamente viables. Por eso es fundamental mostrar claramente el camino.

Roosevelt optó por el impacto inmediato. El día que asumió, habían cerrado cerca de la mitad de los bancos de los Estados Unidos y los que permanecían abiertos no tenían dinero. En las primeras horas decretó vacaciones por cuatro días para el sistema financiero y convocó al Congreso a sesiones extraordinarias. Luego de intensas negociaciones políticas con legisladores y representantes de las fuerzas activas, el Parlamento aprobó un paquete de leyes que motorizó la economía dando respuestas a una amplia gama de sectores: fondos asistenciales para los desocupados, precios de apoyo para los agricultores, servicio de trabajo voluntario, proyectos de obras públicas, organización de la industria privada, financiación de hipotecas para viviendas, seguros para depósitos bancarios y reglamentación para las transacciones de valores.

En nuestro país, hoy existe consenso sobre los importantes desbalances macroeconómicos que heredará el próximo gobierno. Sin embargo, lo que no figura en la agenda de debate es el gran desafío de gestión que enfrentará quien asuma en diciembre. En esta encrucijada, es clave que el futuro presidente cuente con tres habilidades: la capacidad técnica para elaborar un diagnóstico riguroso y un plan de acción; la de gestión, pues los desafíos son significativos y no sólo habrá que conducirlos, sino que será primordial la selección de un equipo idóneo para su implementación; finalmente, la tercer habilidad es la pericia política para construir consensos, en un escenario donde no habrá mayorías automáticas en el Congreso y, en consecuencia, será imprescindible articular con otras fuerzas políticas en función de establecer un nuevo marco legal. La tarea incluye conquistar el crédito de las cámaras empresarias, los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales y la opinión pública para que acompañen las definiciones. "Las condiciones primordiales deben ser enfrentadas por cualidades primordiales", decía Roosevelt.

¿Se puede evaluar la economía en menos de tres meses de gestión? La respuesta es sí. Obviamente, no en función de sus resultados, pero sí en relación con el consenso político que la respalda. "El hombre que no hace nada, hace siempre la misma figura sórdida en las páginas de la historia", advertía aquel presidente norteamericano. Los primeros cien días son importantes porque muestran si un líder está capacitado para gestionar la conducción y, definitivamente, porque no existirá una segunda oportunidad de crear una buena primera impresión.