Hoy se cumplen
165 años de la muerte del general José de San Martín, ocurrida en
Boulogne Sur Mer, Francia, lejos de la Patria amada, a cuya existencia
él tanto había contribuido con sus campañas militares entre 1812 y
1822. Hasta anoche la Presidenta no tenía previsto ningún acto
conmemorativo, aunque en los fastos del 25 de Mayo participó por cadena
nacional de la restitución del sable corvo sanmartiniano al Museo
Histórico Nacional. Ese día, en verdad, puso más énfasis en que San
Martín legó el emblema a Juan Manuel de Rosas que en otra cosa. San
Martín nunca fue un prócer muy querido por Cristina.
La
historia dice que fue por su propia voluntad que San Martín eligió
morir lejos del país, tal vez por el desencanto que estragó su espíritu
ante la falta de comprensión entre sus compatriotas y también, desde
ya, por el retiro de apoyos materiales y políticos del centralismo
portuario para continuar con su epopeya libertadora. En 1829, incluso,
cuando volvía al país de incógnito en la nave Countess of Chichester,
decidió regresar a Europa, donde ya residía, sin desembarcar siquiera.
Pidió que levaran las anclas del puerto de Buenos Aires para el regreso
urgente, enterado de las discordias insalvables entre unitarios y
federales. No quería ver sangre derramada ni odios cruzados entre
quienes compartían Patria, suelo y Bandera. El hombre que cruzó los
Andes vomitando sangre y quebrado por los dolores de su úlcera para
liberar a Chile y Perú, no resistió el quebranto de su espíritu ante la
salvaje lucha fratricida. Cuántos y cuántas debieran comprender la
grandeza de esa contribución en lugar de sembrar con cada frase la
agresividad, la descalificación continua y el rencor como arma política
para el exterminio simbólico de los adversarios. Lo cierto es que San Martín descendió de rango en la era kirchnerista. Digamos que también a él “le bajaron el cuadro”. La Presidenta eligió a Belgrano como su preferido. Incluso lo llama doctor (era abogado, como se sabe) antes que general, como lo conocieron generaciones de argentinos por sus batallas al mando del Ejército del Norte. Los mentideros políticos lo adjudican a que Cristina “dice que San Martín era milico, igual que Perón”. Eso explicaría que la Presidenta saliente sienta más simpatías por Evita que por el General y por Belgrano sobre San Martín. Raro que haya hecho la excepción con Milani, el anterior jefe del Ejército, kirchnerista confeso. Y de pura cepa: sospechado de enriquecimiento ilícito, además de sobrellevar una mancha ominosa en su currícula militar, como los firmes indicios de haber participado en la desaparición de un asistente suyo (el soldado Ledo) durante la dictadura.