Fauba también salió a aclarar que la siembra directa no tiene relación alguna con las inundaciones


Investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA remarcan las ventajas de la tecnología.


Ante las apreciaciones que se realizaron en los últimos días sobre la responsabilidad de algunas tecnologías utilizadas en la agricultura sobre las inundaciones que están afectando a diferentes regiones del país, investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba) salieron a explicar en qué consiste la siembra directa y los beneficios que representa para la producción y el ambiente esta tecnología denominada “conservacionista” porque permite sembrar los cultivos sin arar el suelo y, de ese modo, disminuye los problemas de erosión.

Esta tecnología, también denominada labranza cero, fue desarrollada en la década del 1930 por científicos de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, para resolver los fuertes problemas de erosión que existían en ese país. Sucede que después de muchos años de agricultura manejada bajo labranzas con arados de reja, los suelos habían quedado expuestos a la acción del viento y se volaban ante la aparición de la primera sequía. El fenómeno más famoso que sucedió en aquella época se denominó Dust Bowl. Fue una tormenta enorme pero que en vez de agua, contenía polvo.

La erosión de los suelos también fue motivo de preocupación en la Argentina. Haydee Steinbach, directora de la Especialización en Manejo de Suelos y Cultivos en Siembra Directa de la Facultad de Agronomía de la UBA, explicó: “Antes de la década de 1970, la preparación de la cama de siembra se realizaba laboreando el suelo (con arado de reja y vertedera o disco, por ejemplo). En la Región Húmeda esto provocaba que ante fuertes lluvias se sellara el suelo y se desatara la erosión hídrica, siendo arrastrado a los cursos de agua. En zonas más áridas quedaba expuesto a la acción del viento, provocando la erosión eólica. La erosión produce pérdidas de materia orgánica y nutrientes”.

De este modo, la técnica desarrollada en el país del norte se expandió rápidamente entre los agricultores argentinos. “Si bien lo primeros trabajos de investigación realizados por INTA datan de la década de 1960, aquí comenzó a difundirse masivamente a partir de 1996″, recordó Steinbach.

Hoy entre el 80 y el 90% de la superficie sembrada con cultivos de grano en la Argentina se realiza con este sistema. “Somos uno de los países que más hectáreas maneja con esta técnica conservacionista, detrás de Estados Unidos y Brasil”, apuntó Carina Álvarez, docente e investigadora de la cátedra de Fertilidad y Fertilizantes de la Fauba.

Álvarez destacó que con la implementación la labranza cero mejoró la situación: “Trabajos científicos demuestran que la siembra directa ayudó a controlar la erosión hídrica y eólica del suelo, a conservar el agua (fundamental para el crecimiento de los cultivos), a disminuir el consumo de combustible y los tiempos operativos, y a aumentar los niveles de materia orgánica”.

Sin embargo, advirtió que aún quedan tareas pendientes, porque hay prácticas agronómicas que no se realizan de manera correcta y que siguen afectando al ambiente: “Deberíamos hacer cultivos que dejen más residuos (como el maíz) y doble cultivos (trigo/soja), porque el monocultivo de soja deja muy poco residuos en el suelo que lo protejan de la erosión”.

Según las investigadoras de la Fauba, la siembra directa no tiene relación con las inundaciones actuales. “Lo que estamos viviendo es causa de las altas precipitaciones, muy superiores a las normales (inclusive son picos históricos) concentradas en período corto de tiempo. La capacidad de almacenaje de los suelos, que es un real amortiguador del escurrimiento del agua, esta colmatada”, aseguró.

Como contrapartida, afirmó que la siembra directa, incluso, estaría evitando que se genere un problema mayor porque permite bajar la velocidad de escurrimiento del agua, cuando se combina con los residuos que deja sobre el suelo el cultivo anterior. “Si tuviéramos labranza convencional, sumaríamos a las inundaciones actuales un problema de erosión hídrica”, consideró.

Steinbach añadió que, “desde lo agronómico, lo que puede disminuir el exceso hídrico es la intensidad de cultivo. Una forma de sacar agua del suelo es por la evapotranspiración de las plantas. Cuanto más superficie bajo barbecho (período sin cultivo) haya, menor va a ser la extracción de agua del suelo. El monocultivo de soja, como de cualquier otro cultivo, determina que el suelo esté descubierto (sin evapotranspirar) durante gran parte del año y esto desencadena una incapacidad del suelo de recibir más agua”.

En los últimos años algunos estudios llamaron la atención sobre problemas de compactación que surgieron en algunos suelos mal manejados. “Una forma de contrarrestar la compactación es aumentando la intensidad del cultivo. Es decir, disminuyendo al máximo las superficie en barbecho”, dijo Steinbach. Y agregó: “Las raíces de los cultivos (especialmente de gramíneas) mejoran la estructura del suelo y disminuyen la susceptibilidad a la compactación. En este sentido, el doble cultivo (como trigo/soja) y la inclusión de cultivos de cobertura en la rotación pueden ayudar a prevenir la compactación de los suelos. Sin embargo, estas medidas no son capaces, ni por cerca, de contrarrestar semejante lluvia en esta época del año de bajas temperaturas”.

Álvarez consideró que gran parte de la información que se está difundiendo sobre la siembra directa, en el marco de las inundaciones, es errónea, y destacó que “si nos equivocamos en el diagnóstico, con seguridad también nos vamos a equivocar en la solución al problema”.

Juan Manuel Repetto